domingo, 25 de febrero de 2007

Un viaje al lejano continente


Saturday, June 17, 2006

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Migración, entre la oportunidad y el abuso


La migración se da, por lo general, de los países de bajos ingresos a países de alto nivel. Y, también por lo general gana la nación receptora de migrantes. Pero, ¿qué sucede cuando, sin aportar nada, nada, nada, se vive bien, bien, bien, muy bien...?
Pedro Díaz G./ Enviado

Sidney.-- Llegan por barco a las costas australianas. Y aquí se quedan. La mayoría, de los países orientales, pero hay hindúes, rusos, españoles, italianos...
Son los migrantes. Viajeros que consigo llevan, muchas veces, la desesperanza.
Esos que observan desde lejos la prosperidad de otros países, toman riesgos y se aventuran a cruzar esa frontera que deja atrás cultura, raíces, esperanza.
Los beneficios para los que emigran son acceder a mayores ingresos y van en busca mejores oportunidades; de educación, entre otras. De trabajo, de desarollo personal.
Pero qué difícil, esto.
Andrew Buenrostro, aquel de los inicios, es un mexicano que no conoce México. Carlos Gutiérrez, en cambio, es un español que a los cuatro años vino a Australia con sus padres; se convirtió en australiano, viajó a Chile de negocios, conoció al amor de su vida, se casó y quedó diez años, allá, en Sudamérica. Después se convenció: "como Australia no hay dos", ¿dónde he oído esto?
Australia: los niños menores de diez años tienen transportación gratuita. Y si tu escuela queda lejos, ya más crecidito, igual. La condición es que te dirijas, no sé cómo lo comprueban, a un salón escolar.
Australia: al llegar, así sea en barco, de indocumentado: apoyos, dinero para sobrevivir. Es un pueblo humanitario.
Contradicciones: se recibe así a quienes llegan de altamar, huyendo de miserias que producen ansiedades. Pero para vivir aquí, por medio de un trámite legal, hay que esperar más tiempo. Y, además, ser profesionista, cuando menos.
Australia: si estudias una carrera universitaria, mereces, te otorgan una pequeña beca para que no pases penurías: 400 dólares acaso a la semana. De estos, que en pesos habrá que multiplicar, más o menos, por seis.
Australia: un obrero o gente que se dedica a la mano de obra, percibe sobre los 700, 800 dólares australianos por semana. Cinco mil al mes es ya un buen sueldo: lo que gana un profesor. Lo que le ofrecen, por cierto, a Jorge Rueda, el entrenador de la medalla de plata que ganó para México, con Fer, que tanto festejaron las televisoras. Esas...
Australia: antes se podía ingresar al país con menos trámites, menos problemas, más rápidez en el llenado de formas y contextos.
No ha sido así desde hace, más o menos, una década.
Australia.


* * * * *

Migración.
Los costos negativos reales, las pérdidas, son para el país que se abandona, casi siempre, con desanimo, pues se ha invertido en su educación y están en una etapa de la vida en la que más se puede procudir. Al emigrar, el país que invirtió en ellos deja de obtener ingresos por impuestos. Ocurre, además, lo que se denomina "fuga de cerebros", cuando los que emigran son los más cultos. Y eso sí es una verdadera lástima.
Por otro lado, no obstante, hay cierto beneficio. Sí, sólo sí: el país abandonado obtiene grandes cantidades por las remesas de dinero que los emigrantes envían a familiares. Pero muchos, qué tristeza, marchan con carreola, niños. Y mujer.
Hay naciones como Filipinas y México que reciben considerables envíos --con los que lucran inmisericordes empresas de cambio de moneda que todos conocemos-- y así se revitaliza la economía interna.
Pero el beneficio es para el receptor: tiene en sus manos gente apta para la vida laboral y muchos poseen cierto grado escolar. En lo que hay que trabajar, y se hace rápido, es en el idioma...
Los costos para el país que los recibe están asociados a los mayores gastos en servicios públicos (hospitales, educación) que tienen que brindar a los recién llegados, pero esto es más que compensado por los impuestos que pagan, apenas iniciado su trabajo.
En todo caso, hay naciones que dependen de la mano de obra extranjera para que su economía funcione, pues no tienen suficiente población o mano de obra calificada, como sucede a algunos países petroleros.
Pero, ¿qué pasa en este mundo?
Habrá que hablar entonces de globalización.
La población migrante sobrepasa los 120 millones de personas en el orbe, según la Oficina Internacional del Trabajo, 67 países son, hoy, importantes receptores de inmigrantes.
Hay un libro titulado Workers without Frontiers; the Impact of Globalization on International Migration, y ahí su autor sostiene que los flujos de bienes y capitales entre los países ricos y los pobres no serán lo suficientemente amplios como para satisfacer la necesidad de empleos en los países más pobres, sino que, por el contrario, es probable que la fractura social provocada por la reestructuración desarraigue a un número mayor de personas de sus comunidades y las anime a buscar trabajo en el extranjero. ¿No suena, quiero decir, se lee muy lamentable?
El total de personas migrantes en todo el mundo sobrepasa hoy los 120 millones --frente a los 75 millones de 1965-- y sigue creciendo.
"En un mundo de ganadores y perdedores, los perdedores no desaparecen; simplemente buscan un lugar a donde ir", dice Peter Stalker, el autor del libro.
La posibilidad de encontrar buenos empleos y obtener una remuneración mucho mayor es el principal motivo que hace emigrar a las personas: un estudio realizado en 1996 sobre 496 mexicanos indocumentados instalados en los Estados Unidos reveló que en su último empleo en México ganaban por término medio 31 dólares por semana, frente a los 278 dólares semanales que ingresaban apenas cruzando la frontrera: o sea, 9 veces más; en 1997, los jornaleros indonesios ganaban 28 centavos de dólar diarios, frente a 2 dólares, o más, en la vecina Malasia. Y como negocio, el tráfico de migrantes es sumamente lucrativo. Por pasar en coche ilegalmente a alguien a través de una fontera de Europa, o en una embarcación desde Marruecos a España, o de otra del Sur de Japón, Singapur, Shangai, a Australia, pueden cobrarse unos 500 dólares, pero un sofisticado paquete de viaje para un migrante indocumentado desde China a Estados Unidos puede llegar a costar hasta 30 mil dólares.
Este flujo ilegal de trabajadores ha dado origen a un gran mercado de documentos falsificados. Bangkok, por ejemplo, se ha convertido en un importante centro de producción de pasaportes falsos, en especial coreanos y japoneses, que se venden a unos 2 mil dólares y que utilizan emigrantes chinos para viajar a casi cualquier parte del mundo.
Un indicador más realista del potencial migratorio es la diferencia salarial existente para ocupaciones abiertas a los inmigrantes. Estas ocupaciones varían considerablemente de un país a otro --aquí, en Sydney, las housekeeper, es decir, afanadoras, son mujeres de velos azules e ideas algo musulmanas cubriéndoles el rostro--, aunque en casi todas partes los inmigrantes tienden a concentrarse en ciertos sectores productivos.
En Estados Unidos, en el que más participan los inmigrantes es la agricultura. En Bélgica y los Países Bajos se utiliza mano de obra para la extracción y tratamento de minerales; en Dinamarca, Alemania, Australia y Canadá es el sector manufacturero; en Francia y Luxemburgo, la construcción y la ingeniería civil; y en el Reino Unido, el sector de servicios.
El mundo ha vivido en épocas anteriores migraciones en gran escala: la trata de esclavos y la migración europea al Nuevo Mundo y a este país que hoy visitamos: Australia.
La transferencia más brutal de personas de un país a otro se produjo a consecuencia de la trata de esclavos. Se estima que 15 millones de fueron transportados desde África a "las Américas" con anterioridad a 1850, y que durante el siglo XX, tras la abolición de la esclavitud, más de 30 millones de personas se vieron desplazadas.
Millones se reubicaron, también, voluntariamente. Entre 1846 y 1939, unos 59 millones dejaron Europa, la mayoría para dirigirse hacia el continente americano, pero, también, otras rumbo a Australia, Nueva Zelandia y Sudáfrica.
Hay que detenernos a pensar que el porcentaje actual de población extranjera en Australia es del 22%, en Canadá del 16%, en los Estados Unidos del 8% y en Alemania del 8,8.
Aumenta, en pocas palabras, la oferta por los seres humanos. ¡Qué frase tan atroz! Pero así es.


* * * * *

Al llegar tienen garantizada, cuando menos, la sobrevivencia cotidiana. Pero qué sucede cuando, como nos narra Carlos Gutiérrez, con un dejo de molestia, "conozco a muchas personas que han llegado aquí, a Sydney, y gracias al sistema, que mucho te apoya y da, viven sin trabajar un sólo día en su vida: sólo con los programas de ayuda a desvalidos, y los vez, muy ufanos, comprando bienes. Yo conozco gente, y me lamento decir que son amigos, que 'no dan un golpe', es decir, que no producen para el país que les ha abierto sus puertas, y tienen, de verdad, hasta tres casas".

Septiembre, 2000
posted by Pedro Díaz G. at 11:25 AM | 0 comments




Las 15:30, tiempo oficial del lagrimeo

Se debe llevar un control exacto. Cada minuto, cada calle, cada paso de esta antorcha que se niega a fenecer y arriba a Sydney, entre llanto, risas, banderas. Multitud.

Pedro Díaz G. / Enviado

SYDNEY. Han pasado más de tres meses de que abandonó la mítica ciudad de Atenas, Grecia. Dos mil 500 días suman ya los transcurridos, cuando a estos habitantes les despertó la novedad de que serían la sede de los Juegos.
La antorcha. Símbolo olímpico. Flama que reúne misticismos, conjunta voltuntades. Se venera como a un Dios.

Sí. Algo de divino tiene esta contemplación al éxtasis.

La antorcha. Penetra oficialmente en Sydney por el barrio Watherfall, el más sureño del territorio. El convoy es apenas mundano. Su espíritu y lo que produce verla, mucho tiene de emoción, de triunfo. No la apagó un extinguidor. No desvanecío en la nieve. Ningún océano, paredes de coral, pudo con ella. Y ya está aquí, a donde pertenecerá por el momento. Continúa su ya extenuante andar, y se yergue majestuosa, la llama de la vida.

Habrá que poner tintes de drama a las historias que sobre ella se continuarán narrando: a las 15:30 atraviesa la línea fronteriza y esta ciudad la hace suya cuando la ve pasar en manos de un atleta ciego: John Ansell, al que hoy se le rinde una grata pleitesía que es llanto, que también son los aplausos. Cada latido. Todas las miradas. Una madre carga a su pequeño, lo levanta en vilo. Secretea: jamás olvides este gran momento. “¡Go-Aussie-Go!”, se escucha a cada instante. Y el momento es un milagro irrepetible.

Todos podrán verla. Se han escrito sobre ella tratados y papeles. Su recorrido calle a calle, minuto tras minuto. Dónde va, qué sucede con esa flama olímpica. La fiesta es tan completa: miles de banderas azules, con barras y estrellas, lábaro patrio; seguirla por doquier, así sea también de noche; agitar los brazos, extraerse. Los parques se llenan desde mucho tiempo antes de observar su recorrido, de jóvenes inquietos que en patines, a pie o en bicicletas, se reúnen en los jardines, en picnics, aun cuando la velocidad del viento arrecia. Cantan niños, bailan ellas. ¿Que significa convivir 15 minutos con la antorcha?

Para Susy Maroney, lo mejor de su muy personal historia. Voluntaria en la villa olímpica de atletas, ha viajado desde Nueva Gales del Sur a hacerla suya. La posee. Y, tras dejarla en un relevo, confiesa emocionada: Tengo la certeza de que la mayor virtud del hombre es lograr que su destino esté rodeado de cosas buenas. ¿Sugiere usted algo mejor? cuestiona embelesada esta mujer, además maratonista y nadadora. Todos han querido un trozo de esa magia. Desde los muy famosos el decatleta Peter Hadfield, las nadadoras Michelle Ford y Bicole Stevenson, hasta los no tanto, como Susie, y, qué tal este caso: Adam Ritson, uno entre una multitud que la cargó después de sufrir 14 operaciones de cerebro, tras un muy grave accidente de automóvil. Todos personajes importantes de este vestal rito.

***

Ya casi termina la espera.

Sólo faltan cuatro días para la inauguración de los Juegos Olímpicos.

Y la antorcha, uno de sus símbolos más preciados, calienta ya el espíritu de los habitantes de la mayor ciudad australiana.

Sí, ya descansa el símbolo olímpico, que fue encendido en el Monte Olímpia, en Grecia, y que tocó tierra australiana el 8 de junio en Uluru (Ayers Rock).

Parpadea ya la llama inmortal, que sufrió dos ataques en los últimos días, y ayer un nuevo intento de robo.

Y ante la andanada de agresiones, promete el alcalde de la ciudad, Frank Sartor: Vamos a estar especialmente atentos.



***

La antorcha. Esa que danza, gira, se menea. La que, caramba, son las 15:30, entra a Sydney, y no da ocasión para otra cosa sino para el secreto o abierto, pero nunca inoportuno lagrimeo.





Septiembre, 2000
posted by Pedro Díaz G. at 10:05 AM | 0 comments



¡Ya está aquí!


Pedro Díaz G.

SYDNEY.- Han pasado más de tres meses de que abandonó la mítica ciudad de Atenas, Grecia.
Es la antorcha... Símbolo olímpico. Flama que reúne misticismos, conjunta voltuntades. Se venera como a un Dios.

Sí. Algo de divino tiene esta contemplación al éxtasis.

La antorcha penetra oficialmente en Sydney por el barrio Watherfall, el más sureño del territorio. El convoy es apenas mundano. Su espíritu y lo que produce verla, mucho tiene de emoción, de triunfo. No la apagó un extinguidor. No desvaneció en la nieve. Ningún océano, paredes de coral, pudo con ella. Y ya está aquí, a donde pertenecerá por el momento. Continúa su ya extenuante andar, y se yergue majestuosa, la llama de la vida.

Todos han querido un trozo de esa magia... Y ya casi termina la espera.

Sólo faltan cuatro días para la inauguración de los Juegos Olímpicos.

Y la antorcha, uno de sus símbolos más preciados, calienta ya el espíritu de los habitantes de la mayor ciudad australiana.

Sí, ya descansa el símbolo olímpico, que fue encendido en el Monte Olimpia, en Grecia, y que tocó tierra australiana el 8 de junio en Uluru (Ayers Rock).

Parpadea ya la llama inmortal, que sufrió dos ataques en los últimos días, y ayer un nuevo intento de robo.

Y ante la andanada de agresiones, promete el alcalde de la ciudad, Frank Sartor: Vamos a estar especialmente atentos.

La antorcha. Esa que danza, gira, se menea. La que, caramba, son las 15:30 y entra, por fin, a Sydney.



Septiembre, 2000


posted by Pedro Díaz G. at 9:52 AM | 0 comments



El escándalo se propala

Pedro Díaz G.

SYDNEY. Acaso ninguna ciudad en el planeta esté lo suficientemente preparada para recibir a tan numerosos visitantes. Dudas, desconfianzas, aciertos y desaciertos los ha habido. Los habrá.
Pero algo no olvidan los residentes, en este ominoso periplo de errores: el comité organizador anunció, cuando los boletos de la ceremonia de inauguración fueron puestos a la venta, que habíanse terminado a la brevedad.

“Unas horas duraron en taquillas”, fue el reporte.

Así que la mayoría de residentes en Sydney quedó con ganas de obtenerlos. No era cierto. En unas semanas cada entrada de las muchas sin ofrecer fue secretamente repartida entre grupos de poder: empresarios, patrocinadores, amigos.

Sucede en todos lados.

Y no gusta la mentira. Así que, al hacerse público, pronto la credibilidad cayó. Se despeñó a grado tal que los asistentes a la apertura no serán australianos, no la mayoría, después de que voltearon a ver con molestia los ardides.

Un sentimiento se aprecia: el temor oculto de las autoridades de que las cosas no marchen. No como debieran.

Un problema ha tenido este territorio en su historia: el aislamiento. Lejos de otras civilizaciones, la de Australia se ha ido erigiendo independiente del mundo: su geografía impide, por ejemplo, conocer qué sucede con empleados de comercio que se suicidan en carreteras mexicanas luego de históricos tropiezos; poco se conoce de la vida en Estados Unidos, y, sin embargo, ocupados están por saber a detalle lo que sucede en Europa, Asia. Las noticias frescas, por supuesto, vienen de Indonesia, Singapur, Japón, China. Yakarta. Hay reminiscencias de todo el mundo en restaurantes, tiendas de ropa. En la propia gente: país, al igual que Canadá, que se convirtió a mitad de este siglo en puerto de entrada para la multidiversidad étnica, permite ver por sus calles lo mismo a señoras vietnamitas con esposo australiano y carreolas transportando pequeños güeritos de ojos rasgados, que musulmanes conduciendo taxis con ese gesto agrio de quien pasa la vida eludiendo semáforos y acelerando entre el intenso tráfico, que, estas dos semanas, se desquiciará por completo. Jamás visto: una hora entre el aeropuerto y la ciudad, apenas a ocho kilómetros de distancia. Peor pesadilla es querer traer un auto en estas circunstancias.

Gran negocio es lo que se espera cuando se realizan unos Juegos Olímpicos. No lo será. No para todos.

El nivel de vida es alto. Un sábado antes de las competencias deportivas habrá que cortarse el cabello en alguno de los cientos de salones de belleza con el look más novedoso, tomar un aperitivo italiano, comprar alguna ropa, lo último en fashion internacional, o comer, si lo desea, en restaurantes “mexicanos” como el Fiesta, o el Amigos en donde las luces de neón sobre barriles de cerveza anuncian “Saloon bar” en más tejano de los estilos.

Automóviles volante a la derecha deportivos, de lujo, muchas, muchas, muchas motocicletas y también ambiente propicio para vivir la independencia de montar una buena bicicleta.

Pagan el precio los habitantes de las ciudades de este país en Oceanía.

El último informe del Australian Bureau of Statics indica un incremento en el costo de las casas en ciudades que serán sede olímpica: en los últimos seis meses se han incrementado, en todo el país, en un 9.7 por ciento, teniendo elevaciones considerables y riesgosas en Melbourne, en donde el porcentaje alcanza hasta 13.7 por ciento. En Sydney una casa cuesta hoy 11.1 por ciento más que en diciembre y en Canberra el aumento llega a casi el diez por ciento. ¿Qué sucederá? Nadie lo sabe, pero aterra: en los últimos tres meses el aumento ha sido, por mes, del cuatro por ciento. Por el momento, y para hacer negocio, muchos de sus ciudadanos salen de Sydney. Abandonan. Hacen bien: han rentado en onerosas cantidades sus departamentos, casas y condominios y prefieren aislarse del ruido, la contaminación visual y toda esta muchedumbre: arrendan mientras tanto en otros sitios. Perth, Camberra, Melbourne, Adelaide, Brisbane. Ya leerán lo que sucede vía televisión, radio o internet.

Sus fobias tienen los habitantes de este sitio.

Ha dejado de ser, su patria, para ellos y en estos días deberán nuevamente compartirla con el mundo. Ya lo hicieron y mucho provecho sacaron de aquellos viejos tiempos: considerados en lo general vagos (quien no trabaja lo que debe o lo hace de mala gana), aprovechan el empuje que han tenido otras culturas y su éxito en Australia (en los setenta muchas familias arribaron de Sudamérica y ante la poca resistencia de quienes aquí nacieron, el triunfo económico y la supervivencia estuvieron garantizados), para, en este siglo XXI, cerrar oportunidades a otros y progresar por ellos mismos. Lo han logrado.

Inician los Juegos Olímpicos.

Los vuelos seguirán llegando a Sydney. La ciudad se entrega al mundo entero. De lo que sucederá, nadie lo sabe. Algo de orgullo, de arrogancia, por ello, existe en viejas o nuevas edificaciones, en este arte de proyectar, construir y adornar sus obras, monumentos que se alzan imponentes. Pero también mucho de incertidumbre hay en los rostros de esta gente que hoy sonríe ante tanto visitante y, no lo olvida, se molesta por las trampas de sus propios funcionarios inmersos en escándalos que hoy, como nunca antes, rápidamente se propalan por el planeta entero.



Septiembre, 2000

posted by Pedro Díaz G. at 9:35 AM | 0 comments



Enemigos inesperados

Pedro Díaz G.

SYDNEY. Sí, las noches son largas y frías. El viento se cuela por todos lados, como enemigo al acecho.
Le temen los mortales. Los atletas, también.

¿Ese enemigo invisible afectará las marcas olímpicas?

Los australianos no se inmutan; están acostumbrados a recibir esos vientos como anuncio de la llegada de la primavera.

Y así, lo que uno siente como presencia diaria y agresiva, para ellos es anuncio de tiempos mejores.

Al saltar a las pistas o a las canchas, aquellos que tendrán actividad al aire libre se preguntan si ese viento de tempestad estará ahí cuando llegue la hora de competir.

¡Fiuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu! Un viento así en el agua puede significar muchas cosas; tal es el temor de los que van a la regata, el remo, la piragua...

Habrá que imaginar las fuertes rágafas atravesando los campos de tiro, o la cancha del voleibol playero: va el jugador a la red, da el salto y... ¡La pelota ya no está ahí! Juegen Joehler se acercó el lunes a un grupo de reporteros, y advirtió: Si este fin de semana el viento sigue soplando así podría llegar a ser dramático.

Y preveía un futuro difícil para sus muchachos y sus piraguas en las “aguas salvajes” del lago de Penrith.

¡Fiuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu! En otros frentes surgieron los mismos temores.

El Archery Park es una maravilla... Nuestro problema es el viento. Así nadie puede decir quién ganará el oro aquí dijo el italiano Michele Frangili, campeón de tiro con arco.

¡Fiuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu! Dicen que son vientos de 30 kilómetros por hora.



***

El viento y el frío...

Antes de que empiecen las actividades, ya se ha bautizado a estos Juegos Olímpicos como los más fríos de la historia.

¿Será?

Si uno se planta en las calles de Sydney cuando atardece, no podrá negar que el frío pesa.

Cada nueva Olimpiada se presta a la exageración; se anda siempre en busca de lo mejor, lo más espectacular, lo más bello...

¿Serán de veras, los de Sydney, los más fríos de la historia?

El invierno ha sido duro; la primavera apenas amanece.

El frío y el viento están ahí.

Tenían que haber comenzado los Juegos en octubre, quizá, para encontrar un clima más propicio.

Pensemos que habrá problemas.

Es el pronóstico de Michael Mueller, director deportivo de la federación alemana de remo.

A los caballos también pueden afectar estas cosas del clima: se caen cosas en el camino de las bestias, las banderas son cacheteadas por el viento...

Los caballos pueden asustarse o desconcentrarse dice la campeona Isabell Werth.

Otros invitados estarán aquí: el frío y el viento, el viento y el frío...

¡Fiuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu!



Septiembre, 2000



posted by Pedro Díaz G. at 9:30 AM | 0 comments

Wednesday, May 31, 2006



¡No se puede caminar!

Hace apenas un par de días los taxistas preguntaban por la gente; hoy todos circundan las bahías. Pobres, ricos, y quienes jamás soñaron visitar esta ciudad

Pedro Díaz G. /Enviado

Sydney.-- La ciudad está hecha un caos.
Cada rincón de playa Bondi, las avenidas principales, el centro de la ciudad. Todo es movimiento sin igual.
--Jamás nos había pasado esto –apresura un cocinero que sirve delicioso kebab, carne asada al estilo conocido como tacos al pastor.
Y es que hay infinidad de platillos, la mayoría orientales, que los visitantes, sobre todo mexicanos, se rehusan a probar, pues acaso por su aspecto no son del todo confiables.
--Por eso, mano, bendito sea el McDonalds, que nos saca del apuro.
Eso sí: todo es tan apresurado, que encontrar un buen restaurante, donde saborear tranquilamente la comida, es imposible. Todo son comidas rápidas, y ordenes que se llevan para ir caminando mientras los ojos tratan de asir cada una de estas imágenes. A mitad de la bahía, entre el avasallador avance de una multitud que avanza en onduleos (imposible será seguir una línea recta pues alguno se detiene, otros andan más despacio y, todos, cámara en mano, pretenden regresar).
Es la bahía Darling la niña bonita de la ciudad. La del relajo tiene otro nombre: King cross; la parte más conflictiva y verdadera de toda la ciudad. Antros, mujeres, diversión.
Los parques están llenos porque han sido provistos de pantallas gigantes que transmiten las competencias más importantes.
Habrá que escuchar la bulla de la gente. Habrá que ver el diseño de los sitios, de las fuentes, chorros de agua que se permiten mil formas y colores.
Cómo asirse de una ciudad tan bella como esta en unos días.
--No mano, aquí cuándo vamos a regresar.
Cierto. Lo saben estos aussies que se desviven por dar una grata imagen, lo mismo en cafés, tiendas, cabarets.
“Disculpe, ya cerramos –dice un jovencito el rostro convertido en amplia muestra de gratitud por la visita”, pero, ¿de verdad le encantó aquella comida?
Y, tras algunas señas a sus compañeros, que ya limpian, ya enjabonan el lugar, él dice no le prometo nada, guiña un ojo, ym aunque resbala y casi cae, regresa ufano: espéreme cinco minutos y ahora se la traigo.
Es, no hay duda, la fiebre olímpica que a todos contagia.
A quienes cruzan la ciudad en busca de noticias, a los que caminan simplemente para tomarse fotografías; a los propios australianos, admirados porque todo mundo quiere un sitio en este espacio.
Todo está aquí y todo a la vista:
Circular Quay, el punto de embarque cercano al Puente Harbour, que estos días –las fotografías recorren el mundo entero-- tienen bajo sus arcos los anillos olímpicos, y desde muy temprano organiza excursiones para escalar su metálica estructura.
Royal botanic gardens, para románticos que quieran sumergirse con la naturaleza y contemplar plantas y flores; Macquarry Street en el centro de The Rocks; la AMP tower y su restaurante goratorio: construcción realizada para venerar la justa olímpica y punto más alto en la ciudad.
...Nielsen Park, Balmain Parramatta. Double Bay, Coogee, Blakheatt, playas, paisajes, casas viejas. Todo hay.
No alcanza el tiempo para todo.
Hay que escoger. Muchos se quedan con King Cross, la niña fea que habita este lugar:
--Sex shops, masajes, prostitutas, strip clubs...
Ah, qué taxista aquel, tal pudoroso: que no había relajo en Sydney, dijo. Pues qué, ¿acaba de llegar?
posted by Pedro Díaz G. at 3:49 AM | 0 comments



La itinerante historia de Jacinto Zepeda

Lo mexicano se le nota no sólo el sombrero que por cien pesos compró en La Ciudadela. Mil 900 dólares, el boleto. Dos mil más para gastos... “Ahorro durante cuatro años, me preparo, y a viajar”, dice desde el Mundial de España 1992. Hoy, aquí, la estancia nada le cuesta
Pedro Díaz G. /Enviado

Sydney.—Ayer me entrevistó Jorge Berry –se ufana bajo el sombrero azul con bordados en plata, en realidad de fantasía: pagó por él apenas cien pesitos—y andaba bien pedo. Yo pensé que no me iba a sacar en la tele, pero sí. Cuando hablé a casa mi hijo Hugo gritó: “oiga apá, lo hemos visto ya varias veces”...
Otea Jacinto Zepeda para cubrir todo lo posible aquí, a un lado de la entrada principal del Centro de Convenciones, a mitad de la Bahía de Darling, a donde llega gente todos-colores, todas-pasiones, al torneo de boxeo olímpico. Arribó a esta ciudad de luces centellenates, lásers que apuntan hacia el cielo, olores entre lo exquisito y lo terrible, apenas el miércoles. Busca alguna persona que le revenda un boleto y, aunque sabe que en la calle Hay esquina George Street se han apostado los revendedores para cualquier clase de competencia, aquí, asegura, “a la hora del inicio, te lo dan al precio. Y así no tienes que formarte”.
Huele a todo, en este Sydney de días olímpicos y noches de Rib Eye a la cebolla. De fragancias deliciosas cuando pasa una mujer, se llena el ambiente por las calles, pero uno predomina en el tren subterráneo, en los autobuses, en centros comerciales y mercados: el acre aroma del sudor de africanos, hindués, orientales. Ufff, qué asco. Se asoma tímido el de palomitas y, de vez en vez, llega a la explanada de fuentes en constante movimiento el suave y generoso aroma a mar.
--Ahorita encuentro a uno que me venda la entrada –dice y saca un gabán del mismo tono: “Viva México, cabrones”, se insulta en letras platinadas--. Porque hoy pelean dos mexicanos: Zeruche y Francisco Bojado.
La gente no se molesta, pero llega a fastidiar ese abrir y cerrar de bolsas bajo los arcos electrónicos que resguardan cada instalación. Ojos mil veces avisores hurgan en bolsas, hay que quitarse hasta el último vestigio de metal; suenan hebillas y relojes. Y entonces, otro hombre, otra mujer, otro Hiroshi ojos rasgados, será el encargado de inspecciopnar que, de verdad, nada prohido se filtre en el estadio.
--¿Y esas tijeras, para qué las quiere?, pregunta iluso un policía, acaso imaginando la respuesta: “para matar a alguien, señor oficial del ejército australiano de voluntuarios con pálida mirada”.
--Es por su propio bien, no se despeperen --vomitan las bocinas de la arena, del estadio, de la cancha, de la pista, de los escenarios donde mandan vigilantes como se de reclutados en el medio oriente se tratase.
Está aquí Jacinto Zepeda con su sombrero mexicano. Muchos le saludan. Se ha dado cuenta de que, además, traerlo puesto es casi sinónimo de ligue. “Acabo de ocnocer a dos colombianitas, que no inventes”...
No es la primera vez que está fuera de la patria.
--Y es que sí se puede, casi grita en ese tono tan conocido desde hace unos años en el dpeorte mexicano.
En España comenzó su sueño itinerante.
--Tenía yo como 20 años, y me dije: no, Jacinto, la vida sólo se vive na vez. Y estas competencias son las que reúnen a la humanidad entera. Si quieres hacer algo con ti vida, viaja. Porque cuando te mueras, pues qué te vas a llevar. Y sí, me respondí yo mismo: a ahorrar, entonces.
España 1982, México –que le salió casi gratuito, pues vive allá por Naucalpan--, Italia 1990; Estados Unidos 1994 –“donde sólo estuve hasta que México perdió con Bulgaria pues allá si me gasté hartos dólares”--, Francia 1998 “donde ahí sí, viajé hasta con mi esposa”; y Juegos Olímpicos: Barcelona 1992 y, ahora, Sydney 2000.
--¿Es fácil?
--Lo es, si te decides. Yo, por ejemplo, soy agente de banquetes. Si tú quieres hacer bodas, quinceaños, bautizos, ceremonias, yo las contacto y me gano un quince por ciento. Y te imaginas: ese porcentae de un banquete de cinco mil personas, de a 150 pesitos por persona. Ya es algo. Trato de destinar siempre una parte para el banco, y ahí se va haciendo la ronchita.
El restaurante bar, Las Campanas, en el centro de Sydney –bajo edificios de más de cuarenta pisos, y entre cascadas de personas que charlan inmersos en idiomas y lenguas inintelegibles--, es uno de los pubs mexicanos de moda. Hasta allá llega Jacinto con su sombrero, alguna noche. Todos, todas, quieren tomarse una foto con este auténtico mexicano, que hoy viaja en Ferry y al regresar irá a su casa desde el aeropuerto en metro. Y le bailan en las piernas australianas. Y corre y corre de una bara a otra la cerveza. Y el relajo lo arma este hombre de bigote, que hoy festeja.
--Nos quieren un chorro por acá a loos mexicanos. Y con este sombrerote, pues, aunque lo creas, llamas la atención. Una vez, cuando en Barcelona compitió José de Jesús Córdoba en takwuon..., cómo se dice, taekwondo, y que le presto mi sombrero a que no adivinas a quién nos encontré, ahí, al ladito, y ahora está en la cárcel.
--¿A Cabal?, ¿al mochaorejas?
--No, a Raúl Salinas... Allá andaba, muy feliz.
--¿Cuánto le costó este viaje?
Mira hacia el océano de Tasmania, Jacinto itinerante. Absorve cada paso que la gente da, los movimientos en la calle, la educación de tener las calles limpias, la forma de comportarse de la gente. Dice al fin:
--Pues no mucho. El boleto, por ejemplo, lo anduve buscando en el mejor de los planes y me costó mil 900 dólares. Y me traje otros dos mil, para pasarla aquí. Pero, sabes, lo más importante es que uno como mexicano es muy ingenioso y se las va arreglando. Los primeros dos días, me la dejaron caer con 120 dólares la noche, en un hotelito más o menos. Porqiue ahora todo está muy caro. Luego me moví, y conseguí una casa en la que me rentaban de 45 dólares al día. Ya era una ventaja, ¿no? Pero ahora no lo vas a creer: conocí a un chavo de acá, un señor muy buena onda, y me está dando hospedaje gratis. ¿No es una maravilla? Al regreso, ya pensé, le voy a dejar mi gabán y le voy a comprar un buen regalo.
--¿Por qué viaja?
..Porque pienso, a mis hijos tengo que darls una educación. Ser ejemplo. Y si sólo conozco las cosas que suceden en un lugar, pues de dónde. En cambio así, saber que hay tantas culturas, tantos tipos de comida, tantos idiomás, tantas formas de comportarse, siento que estaré mejor preparado para ser buen ejemplo de los tres: Julio César, Hugo y Blanca.
Un secreto tiene para el éxito, Jacinto Zepeda: su somprero de a cien pesos. Y ya se va, en busca del vendedor de boletos. Porque hoy, además del boxeo, quiere ver el futbol Italia-España.
--Y sabes que es lo mejor: que siempre el sombrero se queda acá. Porque te imaginas llevarlo en el vuelo de regreso. Sería peor que un estorbo y llegaría todo doblado. Y, además, depende cómo me haya ido, ya decido lo que hacer: o lo regalo a alguien de por aquí o lo vendo y, ¿a poco no crees que por él me den cien dólares? Si una chica linda ya me dijo: te lo cambio por el mío y yo le contesté pues cómo crees y mejor ven, no te hagas del rogar, y dame un beso...
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Imágenes de una larga tarde


Ramón Márquez C. y Pedro Díaz G./ Enviados


Sydney.- Imágenes son de una larga tarde.
La tarde del escándalo…

* * *

Mario Vázquez Raña irrumpe furioso en el amplio salón, por el que, a través de un pasillo que forma una greca, los atletas que acaban de competir conceden entrevistas a los reporteros.
Y ahí, al pie de una puerta que da acceso a un pasillo interminable con puertas a ambos costados, empieza una agria discusión. A ella se unen Ivar Sisniega y Felipe Tibio Muñoz. Es fuerte el enfrrentamiento verbal con algunos dirigentes de la Federación Internacional de Atletismo Amateur
-IAAF, por sus siglas en inglés-. Es la discusión que precede a la protesta oficial del Comité Olímpico Mexicano por la tardanza de la IAAF en dar a conocer a Bernardo Segura que no, no era campeón olímpico en 20 kilómetros de caminata, porque había acumulado tres amonestaciones -equivalentes a una descalificación automática.
Todo mundo grita. Todo mundo empuja. Se atropellan las palabras, ecos incomprensibles de sí mismas. A un lado, aún atónito, Bernardo Segura recibe, de un juez, el documento oficial en el que se comunica dónde y cuándo se produjeron las tres amonestaciones.
-Yo no vi a ningún tercer juez -dice el marchista mexicano… -En dado caso, en ese momento debí de haber sido retirado de la pista.
--¿Qué pasa, que está sucediendo ahora?
--En realidad no lo sé -dice Bernardo, ausente su mirada-… Hablan de una tercera tarjeta, dicen que no he ganado, que me descalificaron…Pero no lo han hecho oficial todavía.
A unos metros de ahí, en la vasta sala de prensa en la que desperadamente teclean cientos de reporteros de todo el mundo, anuncia la anónima voz en el altoparlante:
--Atención, señores periodistas: autoridades de la IAAF han confirmado la descalificación del mexicano Bernardo Segura en la prueba de 20 kilómetros de caminata. Robert Korzeniowski es el ganador de la competencia; Noe Hernández es segundo lugar, y tercero Andreyev Vladimir.
--¿Qué están haciendo aquí los funcionarios del deporte mexicano? -preguntan a Bernardo.
--Sé que presentaron una protesta, pero ese tipo de apelaciones nunca prospera - responde, aunque de inmediato abre la puerta a la esperanza:
--Y si me regresan la medalla, qué bueno, porque la merezco.
--¿Y si no?
--Lo peor es que me hayan dejado festejar…
Manos desconocidas tiran de sus ropas.
--Que vengas, que vengas al salón donde se va a producir la apelación -le dicen.
Y se lo llevan.
Se pierde la figura de Bernardo por el largo túnel, caminando de prisa -¿también aquí?-, ahora detrás de los hombres de pantalón largo, que continúan discutiendo acalarodamente.
A unos metros de ahí, Korzeniowski marcó el número telefónico de su casa, en Krakow, Polonia, y comenzó a hablar con su esposa, Agnieszka…Repentinamente, alguien le trajo las buenas nuevas: ya no era medallista de plata, sino de oro. Rompió a llorar. Y dijo entonces a la amada Agnieszka: “Querida, querida, me estoy volviendo loco… Soy el ganador”.


A UN KILÓMETRO
DE LA META


Con frialdad pasmosa lo da a conocer Brian Roe -hombre con cara sin alegrías, sin curiosidad ni expectativa, llena solamente de designios hostiles-, que en esta conferencia de hoy representa a los jueces internacionales de la caminata :
--La tercera amonestación para Bernardo Segura -que determinó su descalificación-, se produjo a jun kiilómetro de la meta.
Eso quiere decir que, cuando menos, y además del propio instante de sancionar por tercera ocasión al anarín mexicano, contaron con once minutos para comunicárselo y evitar que entrara al estadio y se sintiera campeón olímpico. Eso, cuando menos. Hay que agregar todo el tiempo del festejo, la vuelta al estadio, las entrevistas a la televisión, la charla con el presidente Zedillo…Entre cuarenta y cincuenta minutos más.
--¿Y por qué se tardaron tanto para darle a conocer que estaba descalificado?
Incapaz de responder a lo que no tiene respuesta, se pierde Roe por los terrenos de lo absurdo:
--Es que había mucho tránsito. No podíamos acercarnos a él. Y un helicóptero no hubiera podido acercarse al estadio. Había mucha gente en la calle.
Así que en estos tiempos de la cibernética, en los que fueron instalados 45 kiilómetros de cable de fibra óptica para facilitar la comunicación telefónica en el complejo olímpico, en esta época en la que hasta los niños juegan con un walkie-talkie, la IAAF carece de medios para dar a conocer a un atleta que ha sido descalificado.
¿Qué hay de aquellos tiempos en los que, inclusive, el juez que mostraba la tercera tarjeta se interponía entre el corredor y la pista para evitar que continuara avanzando?
--Nosotros podemos tardarnos el tiempo que queramos, el que necesitemos…
Y después se sumergen en un mutis irritante.


JUSTICIA DIVINA


Roe y su cara dura ocupan el extremo izquierdo de una larga mesa en el salón de conferencias. En el extremo opuesto asoma el rostro juvenil y de autóctonas facciones de Noe Hernández. Al centro, las pálidas mejillas del eufórico polaco Robert Korzeniowski dan paso a un marcado arrebol; ha sido casi una hora y media de intensa presión y de ardua competencia bajo los fuertes rayos solares. Su simpatía es natural. Habla con tanta rapidez y en él tantas ideas a la vez, como la fuerza y la tenacidad que emplea en la pista.
Lo presentan como el primer campeón del atletismo olímpico en su versión 2000.
Lo presentan como el ganador, que es, de una segunda medalla de oro. En Atlanta 96 ganó la de la caminata de 50 kilómetros.
Lo presentan, en fin, como el pimer marchista que ha ganado las dos competencias olímpicas de caminata.
El se presenta, a su vez, como ferviente admirador del papa Juan Pablo II y agradece al Creador lo sucedido hoy. “Justicia divina”, dice.
Los azares del destino le han llevado a vivir una extraña coincidencia: en la final de los 20 kilómetros en Barcelona 92, Korzeniowski fue descalificado justo al entrar al estadio. Nadie marchaba a su lado. Era, de hecho, medalllista de plata. Dolorosamente eliminado, vio cómo esa presea iba directa al cuello de un competidor mexicano: Carlos Mercenario.
Ahora todo está de su lado, dice.
--¡No puedo creerlo!… En sólo un segundo pasé de ser medallista de plata a campeón olímpico. La victoria significa que mi preparación física y mental desde Barcelona 92 ha sido muy exitosa. Sufrí una descalificación similar a la de hoy y supe sobreponerme. ¡Esta medalla es la confirmación de mi talento!… -Lo dice con una sonrisa de neón recorriéndolo el rostro anguloso, y con un tono de voz festivo, ausente en él cualquier rasgo de vanidad…
--¿Qué lección le dejó Barcelona 92?
--Que la única regla es no tratar de ir más aprisa en los últimos metros, nunca tratar de dar alcancem a un adversario, porque puedes ser descalificado en los últimos 400 metros sin un aviso previo.
Korzeniowski ha omitido decir que en Barcelona 92 se establecieron dos récords: el suyo, de recibir ¡cinco amonestaciones!, y el de los jueces, de no descalificarlo en cuanto le aplicaron la tercera.
--¿Hará su tercer intento de convertiste en doble medallista en unos mismos Juegos Olímpicos?
Ni duda cabe:
--¡Por supuesto!… Antes de la prueba de hoy pensaba que sería muy difícil intentar repetir la medalla de oro que gané en Atlanta, pero ahora estoy seguro de que mi forma física es buena; ¡estoy en tan buenas condiciones para ganar los 50 kilómetros, que sólo el demonio de Tasmania podría vencerme¡
Pero, por ahora, dice entre risas, basta de entrenamientos y de Juegos Olímpicos.
--Voy a irme, a salir de la Villa Olímpica. Quiero ir a las playas toda una semana, quiero aires nuevos, nuevas motivaciones.
Esa será, sin duda, una de las más curiosas formas de prepararse para una competencia tan agotadora como la de los 50 kilómetros.


ME DABAN RISA…


Después de la catarata oral y tan entretenida de Korzeniowski, el turno es para el difícil discurso de Noe Hernández. ¡Quiere decir tantas cosas!… Pero no llegan las palabras, las ideas se atropellan. Quedan inconclusas las frases… Pero, sobre todo, lo que en él aflora es una extraordinaria sinceridad. Y también hace reir a quienes le escuchan. Le han preguntado -¿alguna vez habrá sido hecha esa pregunta en una conferencia como esta?- si alguna vez soñó con ser medallista olímpico en natación….
--¡Nómbre!… Si allá en mi pueblo -Poza Rica, Veracruz-, nomás nos reíamos de ver cómo se meneaban los marchistas… Me daban risa… Ahí iban, nomás, moviendo de un lado a otro las caderas.
Mezcla los temas en su declaración, y va desde el agradecimiento hasta la narración del gran sacrificio para llegar a Sydney -tengo un año fuera de casa; ya me muero por ver a mi familia”, y luego a la profundidad:
--¿Qué opina de lo sucedido aquí?
--Que es una injuusticia. Yo, la verdad, no debo ser medallista de plata. Soy ganador de la medalla de bronce, porque la de oro pertenece en realidad a Segura. El la ganó en la pista.
--Pero, en fin, ya es usted un ganador olímpico.
--Nunca pensé en ganar aquí. ¿Cómo, si soy un novato, y sabía que me iba a enfrentar a grandes señorones de la prueba? No es fácil vencer a los grandeds campeones, así que hoy me he demostrado a mí mismo que sí, que se vale soñar…
Y cuando ya finaliza la entrevista con la prensa internacional, en el propio estrado se produce otro desagradable batalla, grotesca batalla, en la guerra que sostienen las hijas de doña tele nacional. Los televisos tiran del brazo derecho derecho de Noe; los teleaztecos del izquierdo. Ambos demandan su inmediata presencia. Y comienza el forcejeo verbal entre ellos. “Que decida él mismo”, dice alguien. Y el pobre Noe los mira a los dos sin saber qué hacer ni qué decir, porque esos dos son los ex marchistas, ex medallista olímpicos Raúl González -ahora teleazteco- y Carlos Mercenario -ahora televiso-. A gritos discuten los productores de ambas empresas, hasta que uno sugiere: “Mira, vamos afuera, al palco, para que no nos peleemos”. Y el Charro González, veterano cronista de la radio, los incita, también a gritos y muy divertido: “No, no, mejor sí, peléense… Sí, peleen. A madrazos es la mejor manera de resolver estas diferencias”. Pienso que si hay golpes, el primero va a ser para el Charro. Pero no. No hay golpes. Y mientras en el palco siguen discutiendo los hombres de la tele, el Charro interpone micrófono y grabadora: “Señoras y señores, estamos en Sydney, en vivo, ante Noe Hernández…” Y comienza una entrevista radiofónica histórica, porque los hombres de la pantalla han enmudecido por la sorpresa.

Yo también soy juez

Se informa a la prensa internacional que, de acuerdo con el reglamento de la IAAF, el Comité Olímpico Mexicano ha presentado una protesta formal.
Ya reunidos están los máximos dirigentes de nuestro deporte con los tres miembros del Comité de Apelación -ninguno es de la misma nacionalidad de los atletas aquí involucrados- . El resultado de esa discusión, se dice aquí, será ofrecido en una hora.
Y esa hora coincide justo con la hora en la que ha sido programada la premiación a los marchistas.
Mario Vázquez Raña, quien sería el encargado de entregar las preseas, desiste de hacerlo. Está furioso. En privado discute con el moreno Lamine Diack, presidente de la IAAF. Allá, en uno de los cuartos al fondo del largo pasillo, se pelea con énfasis el destino de una medalla de oro.
Repentinamente se presenta Adrián Navarro, entrenador de Bernardo, pero no puede ingresar al salón de discusiones. Su acreditación, que marca tantas fronteras a quien la porta, no le permite esas atribuciones.
Admite su tristeza:
--…¿O no?… Porque ya eres campeón, ya festejaste, ya te entrevistaron, ya hablaste con el presidente de tu país, y que después te digan que estás descalificado… Aunque todavía no es seguro, porque me dicen que están liberando los jueces, y que una parte de ellos están a favor de Bernardo, por lo tardío de su descalificación. Y, pues… Todavía hay un hilito, una vela prendida.
--¿Y no le parece absurdo, Adrián, que en estas modernas épocas de la cibernética y la comunicación instantánea, un jurado se tarde más de media hora en dar a conocer una descalificación?
--Claro que sí. Es demasiado tiempo. Yo también soy juez internacional y siempre que estamos en una competencia así, de tal envergadura, tratamos de comunicarle inmediatamente al competidor su descalificación, para que no suceda esto, exactamente. Porque sabemos del dolor, la tristeza, todo lo que siente un competidor al saberse descalificado. Ellos tenían medios electrónicos para comunicar las tarjetas, porque vi en el pizarrón que el que ponía las tarjetas traía un micrófono y las estaba comunicando por radio o por teléfono. No pudieron, no debieron haberse tardado tanto tiempo en decirle a Bernardo que estaba descalificado.
--Sea usted juez de sus propios jueces, por favor…
--Definitivamente, se trata de una falta de comunicación efectiva o rápida. De una gran incompetencia, señor.
Ya en el centro de la cancha ha sido instalado el podio.
Ya está casi lista la primera ceremonia de premiación de atletismo en este Sydney 2000.

¿Y Noe?…


Faltan 10 minutos para las siete, la hora marcada.
Por el largo pasillo de verdado acceso para la prensa, camina primero el ruso Vladimir Andreyev.
Instantes después aparece el polaco Korzeniowski
Especulan ingenuamente algunos reporteros mexicanos:
-¿Será que ya les van a comunicar que la medalla ha sido devuelta a Segura?
Perdónalos, Señor…
Pero, ¿y Noe?
Con desesperación repite Felipe Muñoz esa misma pregunta. Como no hay respuesta, es él quien escucha preguntas mil. “¡Busca a Noe inmediatamente!”, ordena a uno de sus subalternos antes de charlar con los periodistas.
Explica:
--No apelamos por las amonestaciones, por la descalificación. Nos mostraron el documento en el que se señala que Daniel fue amonestado a la 1.51 de la tarde, a la 1.59 y a las 2.05 -Daniel cruzó la meta a las 2.09. Y mientras el Tibio habla recordamos las palabras de Korzeniowski: “no tratar de rebasar a un contrario en la parte final de la competencia, porque serás descalificado”-. Respetamos el reglamento. Pero ese mismo reglamento dice que debe ser inmediata la comunicación a un competidor de que ha sido descalificado, y eso, claramente, no sucedió aquí.
Lo demás, dice el Tibio, es cuestión de semántica.
--Ellos se defienden argumentando que el reglamento no específica, en lo que a tiempo se refiere, la palabra “inmediata”… ¡Por favor!, les hemos dicho… La inmediatez no puede ser medida. Es eso solamente: la inmediatez…Pretendemos que esa falta de inmediatez anule el castigo. Es que no es posible: su error afectó no solamente a los Juegos, sino a un pueblo entero, al mexicano, que ya festejaba la conquista de esa medalla.
-¿Y?…
-Será muy difícil. Son ya tres horas de discusión, tres veces hemos apelado, y tres nuevas discusiones han surgido. Pero vamos a seguir peleando...
--Pero ya se aprestan a realizar la ceremonia de premiación.
--Eso no importa. No sería la primera vez en que en unos Juegos Olímpicos las autoridades enmienden un error y pidan a un atleta que devuelva su medalla.
Después apunta:
--Lo importante aquí, mira, es saber que los muchachos tuvieron una excelente preparación. En el trayecto final, entre el grupo de punteros figuraban tres mexicanos. Dos de ellos llegaron a la meta entre los tres primeros. Con descalificación o sin descalificación. Y eso es lo relevante…
De repente reacciona el Tibio:
¿Y Noe? ¿Dónde está Noe?
Nadie lo sabe. Lo cierto es que, de hecho, lo tiene secuestrado Televisa. La entrevista exclusiva, ya usted sabe… El tiempo olímpico puede esperar..


Ya no hay vuelta de hoja


Ha visto correr a Ana Guevara. Ahora presencia, con cierta expresión de melancolía, la ceremonia de premiación de los 20 kilómetros -¿de qué ríen quienes premian, después del escándalo que pesa sobre los hombros de la IAAF?-. Ahora comenta Ivar Sisniega:
--La forma, no el fondo, es lo que no estuvo bien, y eso se discutió sobre la base del propio reglamento de la IAAF que lo marca, pero tan les costó trabajo tomar una decisión, que fueron más de tres horas de definiciones. Insistimos a sabiendas de que se trataba de una protesta muy difícil de ganar.
--Estás hablando en pasado… ¿Quiere decir que ya se resolvió esto?
--Ya -responde el presidente de la Conade sin el menor gesto de dramatismo-. Ya no hay vuelta de hoja.
--¿Durante esas discusiones se habló de lo que para la IAAF representa el hecho de que casi 3.5 billones de personas que ven estos Juegos por la televisión, y que todo un país haya celerado la conquista de una medalla de oro para que, posteriormente, un grupo de jueces decida que todo eso ha sido falso?
--Sí. Inclusive Mario Vázquez Raña estuvo un rato muy largo con el presidente de la IAAF, y se reconoció que lo sucedido aquí es algo muy grave para la propia IAAF y, lógicamente, para los países afectados. Pero, ya lo sabes, eso es lo discutible de la caminata. Aquí lo desafortunado fue la manera con que se dio. Permitieron a todo un pueblo festejar, le dieron una gtran alegría para después quitársela… Pero hay una algo que no me gustaría que perdiera su auténtica relevancia…
--¿Qué es, Ivar?
--Que todo lo sucedido no nos lleve a menospreciar lo relevante de la medalla ganada por Noe, quien ganó a pesar de su juventud, de su inexperiencia. Eso hay que celebrarlo. Es una medalla de plata con un sabor un poco amargo, pero una medalla de plata ganada a toda ley…
Justo cuando los dos mexicanos del grupo final comenzaron a rezagarse -cuarto y quinto, quinto y sexto, sexto y séptimo, séptimo y octavo--, Bernardo se acercó a Noe. Conversaron rápidamente. Noe asintió con un movimiento de cabeza. Y comenzó la cacería. De flaqueza sacaron fuerza y comenzaron a escalar nuevamente. Cuando a la vista se encontraba ya la majestuosidad del estadio -dicen que en este tramo se produjeron las tres amonestaciones para Bernardo-, y en punta ya quedaba solamente Korzeniowski, Noe se fue detrás suyo hasta rebasarlo y contenerlo un poco. Cuando lo logró, Segura avanzó por fuera y se lanzó a la meta en primer lugar. Se sacrificó, pues.
Lo admitiría el propio veracruzano:
--Yo iba por la de bronce. El plan era que Bernardo ganara el oro…
Así de fácil. Así de naturalmente doloroso es el sacrificio del que viene. Luchar tiene por el que ya se va..
Otra vez lo voz de Ivar, cuando ya muere esta tarde del escándalo y saluda a la noche del escándalo:
--La IAAF tiene muy claro que se equivocaron en cuanto a la imagen que dan al mundo por manejar la caminata de esta manera, y que tienen que pensarlo muy en serio para que no vuelvan a pasar cosas tan penosas, tan lamentables… Cosas que tienen cierto aire de crueldad hacia el deportista.
- - -
Imágenes…
Imágenes finales en la noche del largo día del escándalo:
Bernardo Segura, cariacontecido:
--¿En cuatro años?… No lo sé. No sé si todavía tenga capacidad, fuerza… No sé si todavía tenga el deseo de seguir en esto.
Ivar Sisniega, cariacontecido:
--A ver ahora cómo levantamos el ánimo de la delegación.

ACCION DE FONDO
Sydney.- En la parte media del podio olímpico, Noe Hernández eleva su medalla de plata a la altura de los ojos y la mira fijamente.
¿Es que quiere que la memoria fotográfica de su mente registre cada detalle de ella?
Porque no sería extraño que la estupidez de la IAAF decidiera, algún año de estos, que no le pertenece porque fue descalificado…
posted by Pedro Díaz G. at 3:34 AM | 0 comments



Fallaron en los servicios

En Bondi, la antítesis de playa

La dupla mexicana en volibol de playa cayó en su primer encuentro, 15-11, ante las anfitrionas Natalie Cook y Kerri Pottharst

Pedro Díaz G. /Enviado

Sydney.-- El frío, pero sobre todo el viento helado, obliga a manos en las bolsas, chamarra, tiriteos. No les preocupa, a los australianos, y tanto lo disfrutan, que de todas partes se trasladan vía tren suburbano, auto o camión a esta especie de Venice Beach californiana.
Es duro el gesto de Tere Galindo cuando va por la pelota y no la alcanza.
Se asolean, porque, brilla el astro rey y es cierto, quema. Pero qué puedes hacer: extraño para ellos es mirarte temblar por este clima. Convertibles de lujo cruzan por decenas estas calles que superan lo común, lo ordinario de otros barrios.
Hilda Gaxiola se molesta, grita. Corrige. “Vamos, sí podemos”, no son tan superiores estas australianas.
La fotografía de un hombre de cabello largo y crespo es observada con atención por los paseantes: les pegaba a su esposa y a su hija. Las dejó muy mal y están hospitalizadas. Y los recursos con que cuentan son tan pocos, que la idea es cooperar con todo lo que se pueda. Si quiere, una moneda es suficiente. Si no, una pluma, o papel, o inclusive apenas el saber que nunca a nadie le vuelva a suceder esta tragedia.
Van arriba –3-2, las mexicanas. Enmudece la tribuna. Será apenas un instante. Sus rivales, en casa, poseen mayor velocidad, no se muestran tan erráticas. Nada mal se presentan quienes han jugado juntas apenas un año y ocho meses. Nada mal, disfrutan de estas horas.
En Bondi Beach se disputa, aunque no quieran, el volibol olímpico de playa.

* * * * *

Estoy feliz porque hicimos nuestro mejor esfuerzo. Se perdió, es cierto. Pero agradezco a Dios el que me haya permitido estar en estas condiciones. Fallamos y sabemos qué fue: nuestro servicio. Me gustó saber que estamos fuertes, que llegó el día y lo pudimos resolver. Tanto tiempo me lo estuve imaginando y no, no estuvo tan terrible. Por las noches pensaba, yo solita en mi cuarto, qué nos esperaría: imaginé un público agresivo gritando todo el tiempo, sin darnos un descanso: hoscos, acaso hasta insultantes. Pensé que el peso de jugar con ellas, en Australia, influiría más y no fue cierto. Si me ves, estoy satisfecha, pero sé que puedo, podemos dar más aún. Ya liberamos ahora la tensión y eso es lo que de aquí podemos rescatar. Siemore he sido, y se lo digo a Hilda, luchona. Tenaz. Inquebrantable. Muy nerviosa te pones cuando juegas, pero aquí, tras el primer saque, sentí que algo bueno podíamos hacer. Si te fijaste, si seguiste con precisión el partido, iniciamos muy fuerte. En el séptimo punto fue sin duda lo mejor. No permitíamos que entrar a su ritmo, pero para el 8-6 a su favor, el árbitro tuvo una decisión importante en nuestra contra: marcó red, y hasta Hilda le reclamó. Lo importante es que nos sentimos sin tanta presión. Y ahora, vamos, contra todo lo previsto ante las chinas, que son tercer lugar en el mundo. Pero eso nos nos espanta: todo puede suceder. Se suponía que Portugal iba a perder, y ya ves...

* * * *
No son agresivos, los aficionados. Más lo es quizás el apoyo del público mexicano que no deja de gritar, de carcajearse, de insultar (uuulero... ulerooo, uleeero) al árbitro y que le pide a sus atletas un triunfo, cuando menos.
Lo merece esta pareja que ha trabajado poco más de un año y medio y que esta tarde llama gratamente la atención:
--Estas son las buenas –dijo alguien hace poco a Ivar Sisniega--. Es a ellas a quien debes, sin duda, apoyar.
Este martes, en apenas unas horas, deberán ajustar lo necesario para poder continuar en el torneo y regresar a Bondi Beach, este sitio en donde el lujo, hombres que maltratan, bañadores tendidos al sol, pequeñitos con la faz pintada de verde frente al mar, conviven, misteriosamente, con tanto visitante que enmudece por el frío y, qué ironía, no deja de temblar.
posted by Pedro Díaz G. at 3:30 AM | 0 comments

Monday, May 29, 2006



Donde no se permiten los corruptos; que los hay...


El modelo australiano es ejemplo en el Fondo Monetario Internacional. Se utiliza la "Carta Australiana de Honradez Presupuestaria" para ilustrar la promoción en la transparencia fiscal; entre otras cosas muchas cosas, exitosas. Sorprendentes...


Pedro Díaz G. /Enviado


Sydney.-- Corruptos, ventajosos, los hay en cualquier parte. Aquí mismo puede quedar un problema que se definiría, de seguirlo así, en la corte. Los enviados de un periódico mexicano han debido dividir sus rutas de información, sus tiempos, y desviar horas de investigación, de escritura, de tecleo, porque les alquilaron, desde allá, una maravillosa suite a "40 minutos de Sydney". Cierto, es un lugar paradisiaco: pero es un club de yates a tres horas de aquí.

--Tomen un taxi --les sugirieron sua administradores, desde México. Y, tras investigar: 220 dólares la llevada, nada más de ida. ¿Quién los paga?

Han tratado de solucionarlo, infructuoamente; pero el dueño del hostal, el hostelero, es un gandalla. Varias reuniones han tenido: y su remate, "pues yo no les vendí una distancia relativa; les ofrecí un lugar para vivir". Obviamente, sería una locura quedarse por allá. Así que no lo ocupan. Y pagado está. ¿Cómo se les devolverá el dinero?, nadie lo sabe. "Vamonos a corte"; dijo el individuo. Pero... ¿Quién pagaría los meses por venir?

Sirva esta historia, exepción que confirma toda regla, como inicio de este texto. No todos, por fortuna, son así. Ejemplo a nivel internacional, en muchos rubros, trata el australiano medio de no sumirse en corrupción, en situaciones ventajosas.

Pero, ¿qué hace una nación para ser próspera?

Hagamos un resumen:

El país cuenta con un amplio sistema de medidas de política económica. Se han realizado serias reformas políticas para asegurar que la economía sea competitiva a nivel internacional, y que continue siendo un destino atractivo para las inversiones. La sólida, estable y competitiva estructura institucional de Australia ofrece seguridad a las decisiones empresariales que mantienen un crecimiento sostenido. Entre otras cosas, cuenta con una saludable posición presupuestaria, con superávit económico; un sistema de legislación bancaria y en materia de seguros; sistemas de legislación empresarial e insolvencia fuertes y orientados al mundo de la empresa; una competitividad importante en áreas clave como las telecomunicaciones, la electricidad y el gas; una economía muy abierta, con barreras al comercio y a las inversiones muy bajas; un mercado laboral y un sistema fiscal plenamente reformados.

La mano de obra australiana ha mejorado notablemente a lo largo de la última década, alcanzando un aumento de la productividad en los años noventa. El complejo y centralizado sistema de relaciones laborales, basado (muy importante) en incentivos, ha dado paso a un sistema más descentralizado en el que muchos trabajadores laboran en el marco de sistemas de trabajo concertados para satisfacer las necesidades de las empresas. Y de sus empleados, sobre todo.

¿Pero, acaso es todo lo necesario para que un país tan lejano de todo (el que cabe en un solo continente), tenga tanto éxito?

Más:

La base exportadora australiana se ha diversificado durante los últimos 15 años, en gran medida gracias a las nuevas oportunidades empresariales internacionales y a la mayor competitividad de las empresas australianas, que ha sido posible gracias a unos aranceles más bajos y a las reformas microeconómicas. Las exportaciones de manufacturas (28.000 millones de dólares) y de servicios (25.000 millones) ahora superan las exportaciones de minerales y productos agropecuarios (25.000 y 23.000 millones de dólares, respectivamente).

Además y esto suena a fantasía: Australia es el mayor país accionista per cápita del mundo. ¡Casi el 54% de la población adulta posee acciones de empresas que cotizan públicamente!

El gobierno está reformando el sistema fiscal australiano. A partir del 1 de julio de 2000 se introdujo el Impuesto sobre Bienes y Servicios (GST) y otras muchas reformas sobre la fiscalidad empresarial.

El GST, un impuesto sobre el valor añadido; sustituirá a los ineficaces impuestos indirectos, entre los que se incluye uno sobre las ventas al mayoreo, que representaba afectar a fabricantes y los exportadores. El impuesto GST del 10% se aplica a casi todos los bienes y servicios.

Y todas estas medidas han sido legisladas.

Debido a su posición geográfica y a la orientación de su comercio y sus intereses estratégicos, hacia la región de Asia-Pacífico, Australia ha sido, durante mucho tiempo, el centro de atención de su política exterior. Pero como país con una economía próspera y diversa, una sociedad tecnológicamente avanzada y una larga tradición de sólido compromiso para con los valores democráticos liberales, también tiene sus miras puestas más allá de la región para desempeñar un papel activo en la elaboración de soluciones a los problemas sociales, económicos y estratégicos mundiales.

En agosto de 1997, por primera vez en su historia, el gobierno tomó la decisión de especificar de un modo explícito los principios y prioridades de su política internacional en la Ley sobre Política y Comercio Exterior. La ley contempla las principales oportunidades y desafíos a los que se enfrentarán en sus relaciones internacionales, en los próximos 15 años.

La globalización y el auge político y económico de Asia Oriental constituyen las dos corrientes principales en el entorno internacional e influyen en el desarrollo de la política exterior y comercial de este país. A fin de poder reaccionar de un modo positivo ante estos dos elementos, el marco de su política exterior combina elementos de continuidad y cambio, que incluyen: la reafirmación de la región Asia-Pacífico como la principal prioridad en materia de política exterior y comercial; el desarrollo de los intereses australianos en otras regiones, de acuerdo con el papel internacional de Australia; el reconocimiento de que los medios principales para la promoción de los intereses nacionales de Australia residen en el desarrollo de lazos bilaterales con otros países; la selectividad en la búsqueda de la diplomacia multilateral, poniendo el mayor énfasis en los asuntos que están más relacionados con sus intereses nacionales; la búsqueda activa de intereses comerciales a nivel bilateral, regional y mulilateral, con especial énfasis en la promoción del comercio y en la liberalización de las inversiones en foros como la Organización Mundial del Comercio.

Se ha convertido, la australiana, en una sociedad tolerante y multicultural. Esto se refleja en el absoluto rechazo que tienen sus habitantes a la discriminación racial y a su compromiso y decidida búsqueda de los Derechos Humanos. Australia participa en las Naciones Unidas y en otros foros internacionales relacionados con en el papel y el progreso de la mujer, los niños y los pueblos indígenas. De forma más amplia, desempeña un papel activo en la diplomacia multilateral y ha sido siempre un decidido partidario de la Carta de las Naciones Unidas y la labor de los diversos organismos de las Naciones Unidas.

Lucha también en los esfuerzos internacionales para solucionar los problemas medioambientales, en la región, y a nivel internacional. Se aboga por la adopción de iniciativas flexibles, imaginativas y eficaces, destinadas a solucionar estos problemas, reconociendo la necesidad de acciones internacionales coordinadas equitativas y viables. Por estas razones, por ejemplo, el gobierno australiano está a favor de niveles diferenciados de emisión de gases causantes del efecto invernadero.

Australia ha respaldado el desarrollo de planes internacionales destinados a impedir la proliferación de misiles y armas nucleares, químicas y biológicas, así como la prohibición de pruebas nucleares. Ha respaldado la elaboración de medidas internacionales destinadas a la prohibición del uso y el comercio de minas antipersonales, y medidas para remediar estos desastres humanitarios: ha ratificado el Tratado de Ottawa sobre la prohibición del uso, almacenaje, producción y traspaso de este tipo de minas. Por otra parte, las fuerzas armadas australianas ya han destruido sus existencias de sus propias minas, cuatro años, aun, antes de lo previsto.

¿Y por qué no repartir?

Su programa de cooperación internacional ayuda a los países en vías de desarrollo a reducir su pobreza y a conseguir un desarrollo sostenible. Se centra en la región Asia-Pacífico, en especial en Papua Nueva Guinea, el Pacífico y la zonas más pobres del Este asiático. Australia también contribuye de forma selectiva a las necesidades de desarrollo del Sur de Asia, África y Oriente Medio.

Los sectores de mayor prioridad en el programa de cooperación son la administración, la sanidad, la educación, la agricultura, el desarrollo rural y las infraestructuras.

En los países en vías de desarrollo de la región de Australia viven más de mil millones de personas. Algunos de ellos tienen las peores tasas de analfabetismo y de mortalidad infantil del mundo. Muchos son vulnerables a los desastres naturales. Entre los asuntos clave que han afectado a Australia durante los últimos años están la crisis financiera asiática, Timor Oriental y la paz y el proceso de reconstrucción en Bougainville. Las intervenciones australianas destinadas a reducir la pobreza están adaptadas a las situaciones específicas que existen en la región.

El programa de cooperación de Australia ha conseguido numerosos logros.

En Papua Nueva Guinea, el programa de cooperación ha desempeñado un papel determinante en la erradicación de la poliomielitis y el tétanos neonatal mediante los programas de inmunización.

Otra de las principales áreas de prioridad ha sido Timor Oriental, donde el gobierno australiano ha apoyado de un modo decidido al pueblo timorense proporcionándoles refugios básicos, comida y agua, como parte del mayor programa de ayuda humanitaria de urgencia que ha llevado a cabo Australia hasta la fecha.

Australia está decidida a mantener su nivel de cooperación al más alto nivel, de acuerdo con las necesidades de los países socios y sus propias circunstancias económicas y su capacidad de ayuda.

El gobierno australiano patrocina cada año, a través de las Becas Australianas para el Desarrollo, el estudio de personas provenientes de países en vías de desarrollo, a través de las Becas Australianas para el Desarrollo Regional. Tras la finalización de sus estudios, los alumnos vuelven a sus países y hacen uso de esos conocimientos y experiencias para ayudar a mejorar las condiciones del sitio en que nacieron.

En fin, el Fondo Monetario Internacional utiliza la "Carta Australiana de Honradez Presupuestaria" como modelo internacional para la promoción de la transparencia fiscal. Otras naciones deberían hacerlo. Y así se evitarían corruptos, que los hay.

--Háganle como quieran --les dijo este australiano, dueño de un bello sitio junto al mar, a tres horas de aquí, a un par de reporteros (hombre y mujer, para más datos) mexicanos.

Gandallas, infelices, pocas pulgas, no faltan en la historia de un país que, casi, es ejemplo de crecimiento y honradez.
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Los instantes se multiplican, se van...


Algo en el ambiente se percibe: son las horas finales. Compras de pánico --pertenencias dentro de un costal---, en las tiendas oficiales; escenarios llenos, infinidad de niños saltando lindos, atrevidos juegos de agua; flores que caminan balanceando a los pequeños. Cierta euforia en el adiós...


Pedro Díaz G. / Enviado


Sydney.-- La vida se va llenando de instantes que se van, que desvanecen. El plan de evacuación, en la villa de prensa, está en camino: deje, por favor, número de vuelo, número de cuarto, y su llave en la oficina, desde ya, y un ejército de voluntarios ayudarán a su partida de este espacio en el que han sobrevivido casi un mes, más de seis mil comunicadores. Seis mil.

Tendremos autobuses en recorridos constantes al aeropuerto. Minivans irán por su equipaje hasta su cuarto. Ah, y, por favor, no se robe las cosas que hay en las habitaciones: Las requeriremos, todavía, para los periodistas que cubrirán los Juegos Paraolímpicos.

--Pues qué gachos –se lee, entre muchos otros reclamos, en los comunicados que pegaron en cada uno de los edificios.

Es hora. Miles de personas se disponen a abandonar Sydney y acuden corriendo a todos los escenarios deportivos en donde, estratégicamente colocadas, existen tienditas, tiendas y tiendotas olimpicas, superstores, para que no se vaya con las manos vacías. Pero antes de entrar guarde todas sus pertenencias –“salvo su cartera, ejem, por favor”--, en estas bolsa de lona o de plástico que con mucho gusto (y total desconfianza) le sellará el policía de la entrada. Y las colas son inmensas...

Sólo aceptamos visa. Y efectivo, por supuesto.

Se percibe en el ambiente cierto aire de nostalgia, cierta euforia colectiva. El espíritu olímpico se impregna en la mirada de los niños, que disfrutan de estos juegos como pocos suelen hacerlo: bañándose en las innumerables fuentes, perfectas estructuras de arquitectos soñadores y se mecen entre juegos de agua, lindos, atrevidos, que mantienen al visitante en constantes y recurrentes embelesos.

La vida se va llenando de instantes sublimes, atroces, exquisitos. Ridiculos, innombrables, hipertiernos.

Instantes. Como el hacer una gran bola de gente en las calles principales de la ciudad-- cuya belleza, real, se circunscribe al down town de altísimo edificios cara al mar-- para mirar con asombro a qué dedican su tiempo los gozosos huéspedes, fugaces, momentáneos: este chavo se dedica a bailar frente a una máquina, en un centro de juegos de video. Acaso pensaron los japoneses --inventores de esta clase de artefactos-- que el pasmo con el que los adolescentes se entregan a los monitores de televisión era ignominioso, por su pasividad. Entonces:

podrás echar unas monedas y ponerte a bailar, hasta que aprendas. Que para ello están las máquinas de música y tableros de luces coloridas que se encienden en el piso. Otro de estos raros videojuegos te transporta a un escenario, con imaginarios fanáticos a tu alrededor: toma tu guitarra eléctrica, y dime, muéstrame como tocarías en un concierto. Y hay hasta quien se apasiona y, en contorsiones, se siente, cuando menos, Saúl Hernández, de Jaguares.

Intantes: ir en los brazos de mamá, con los ojos bien abiertos y un rosa moño sobre la cabeza, a tus seis meses. Oteando sobre el hombro, preguntándose, acaso, qué sucede, por qué habrá tanta gente.

Inatantes: cambiar un pin por un beso, a las afueras del Convention Center. Y escuchar, de pronto, la sorprendente música legada por los aborígenes, y que surge de didgeridoos, que también se van de viaje. Es ritmo ancestral para el espíritu. El instrumento, que toca el hombre sentado en la calle, produce sonidos que de verdad son un elixir auditivo. Fascinante. Emotivo. Seductor. Pero tiene sus secretos. Como, por ejemplo, que la mujer no debe tocarlo, ni con la yema de los dedos cuestión de la cultura. Y tú, como hombre, en las tiendas de productos aborígenes --que, además, pululan por doquier--, puedes hacer el intento. No hay problema. Debes empujar el aire e inflar cachetes; es difícil, pero cuando lo logras, uff, qué maravilla.
Instantes. Como tomarse una foto con los altos edificos a tu espalda y esa sonrisa franca que a veces enloquece. Esperar, con ansiedad, la fiesta que ha prometido don gobierno, con luces, fuegos que pintarán la noche con sus juegos pirotécnicos sobre Darling Harbour, George Street, Circular Quay...

Instantes. Chapotear entre la gente con los pies metidos en el agua de la fuente. Mamá, quiero un hotdog, y un refresco, y un helado, porque, caramba, qué calorcito el que hace hoy, bajo los aros olímpicos y las banderas, entre tanto bendito y reparador burbujeo.

Instantes. Tocar el saxofón en Central Station, base del no siempre subterráneo tren, que llega a este punto que es un infinito hormigueo, de traslados agitados: no son 24, sino 25 las líneas que convergen aquí y que parten a todos los suburbios.

Instantes. Que te dé el paso un joven rubio, en el vagón. Y luego te cuente que él también es mexicano, Pedro Wolff --no lo parece--, que llegó a Sydney hace un mes. Que trabajó dos años para llegar aquí, y que cuando pidió un permiso en su trabajo le dijeron no, y contestó: entonces hasta luego. Que se quedará, muchos, muchos instantes, pues su programa es recorrer todo Australia, hasta febrero.

Instantes. ¿Y por qué hay tantos niños en carreolas, de la mano de sus padres. Brincando y grite y grite? Ah, porque Darling Harbour, la bahía --el escenario más concurrido en estos Juegos--, tiene planeado un fin de semana famliar: cero bebidas alcohólicas, cero, en la medida que se pueda, te dejarán fumar. Es una práctica, te explica una edecán --que también ofrece un pin y un beso-- que tomamos cuando cerramos cada celebración. Y esta es la mayor. Es como la enseñanza que dejamos a los niños, con espectáculos, un festival y estallidos de luces de colores.

Instantes. Ver a un pequeñito, uno más, cruzar la acera en patineta; a estas dos bailar por unas monedas en Lidcombe Station, en Strathfield...

Instantes: estas flores gigantescas caminan con zancos e impresionan y te balancean, chamaca, para que te vayas pensando en qué recuerdos.

Instantes. De plácida calma cuando hay la posibilidad de un respiro, frente a la pasividad tranquila de un canguro, a la hora de comer.

Instantes. Emociones, medallas, himnos, frustraciones; que quedan grabados en la cámara, ahora digital, que se guardan en la mente y que nunca, nunca, nunca, jamás olvidarás.
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¿Los reyes del universo?... No


Pedro Díaz G. /Enviado


Sydney.-- Se autoproclaman reyes deefimydl universo, se vanaglorian de tener atletas superiores --como Jesse Owens y Carl Lewis, cuatro medallas de oro respectivamente en 1936 y 1984, en un Berlín que olía a guerra por culpa de Hitler, y en Los Angeles, ciudad disfrazada y maquillada por Hollywood.

Ahora, una diosa color sepia nacida en California, de madre beliceña, con piernas que asemejan alas y unas siglas idénticas al mejor basquetbolista: M.J. lo intentó.

Pero no.

Marion Jones no saldrá con sus oros prometidos.

Ella, que brillara en el quinteto de North Carolina, como armadora, ganando el campeonato nacional en 1994, amasando un promedio de 18.1 puntos, colgó los tenis tras graduarse de periodista, centrando entonces todos sus esfuerzos en las pistas, dándole nuevamente a la velocidad esa emoción ausente desde Florence Griffith Joyner y su dominio de los 100 y 200 metros en Seúl '88.

Marion Jones, hija de una emigrante que llegó a tierras californianas procedente de Belice, en búsqueda de ganar la guerra a la pobreza, titenía esa ilusión de vencer en cinco pruebas, un hito que tan sólo fuera logrado por el finlandés Paavo Nurmi, en el certamen olímpico de París, en 1924, aunque tres de sus modalidades no se efectúan actualmente: los tres kilómetros por equipo, y los campos traviesa en su forma individual y colectiva.

Nurmi, medallista en 12 ocasiones, con nueve primeros lugares y tres segundos, dominó los 1,500 y 5,000, estableciendo plusmarcas en ambos, pero no se le permitió defender la corona de los 10,000 ganada en Amberes, en 1920, por las autoridades finlandesas, debido a su cuantiosa participación, aunque se afirma que, por su cuenta, hizoesa carrera a la misma hora que la oficial y cronometró un mejor tiempo que el vencedor, su compatriota, Ville Ritola: 30:23.20.

En esta ocasión, Jones, que mide 5-11, pesa 162 libras y posee muslos de roca, aspiraba a cinco medallas doradas.

No pudo ser.

Bahamas lo logra, cuando, en el segundo relevo, el equipo estadounidense se retrasa.

Al equipo estadounidense espera el bronce, apenas, en una prueba ganada por el cuarteto de Bahamas, mientras que la plata fue para Jamaica.

Marion Jones, en el último relevo, no pudo recuperar el retraso acumulado en las tres anteriores postas, depués de dos errores en el paso del testigo entre las estadounidenses, sobre todo el segundo, que realizaron Torri Edwards y Nanceen Perry. Cuando Perry tomó el relevo el conjunto bahameño ya se encontraba en la primera plaza.

Jones, la mujer más rápida del mundo, nada pudo hacer.

Debbie Ferguson, de Bahamas, y la veterana de 40 años, Merlene Ottey, que participaba en sus últimos Juegos Olímpicos, junto con Chandra Sturrup y Sevatheda Fynes, lograron, al final, superarla apenas. Arremetía Marion Jones, aceleraba, pero no.

--Fue un desastre –aceptó Chryste Gaines, quien corrió el primer tramo. Cuando se cometen errores, ya no hay posibilidad de recuperarse.

Bahamas, que marcó 41.95, estaba compuesto de Fynes, Sturrup, Pauline Davis-Thompson y Debbie Ferguson; Jamaica, quienes terminaron en segundo sitio, con un registro de 42.13 se alinearon Tayna Lawrence, Veronica Campbell, Beverly McDonald y Merlene Ottey. El cuarteto estadounidense terminó en 42.20.

En 1996, en Atlanta, las estadounidenses habían logrado el título olímpico, delante de Bahamas y Jamaica, las mismas protagonistas que en Sydney, pero en distinto orden.

Así que Marion Jones no cumple sus propias expectativas. Y ella misma se reclama. Regresa a casa con sólo tres de las cinco medallas de oro que esperaba.

--La gente se equivoca al compararme con Jackie Joyner y con la alemana Heike Dreschler.

"Se olvidan de que yo intenté ganar en tres pruebas distintas. Nunca seré como ellas y nunca tendré una técnica tan buena como la suya, simplemente porque yo soy diferente”.

--Antes de corer esta prueba, Jones ya había perdido el oro en el salto largo y, como en la prueba de relevos, debió conformarse únicamente con bronce. Sin embargo en los relevos cortos de 4x400 sí alcanzó el oro como tenía previsto, cuando ella y sus demás compañeras cruzaron primero la meta pulverizando al resto de sus rivales.

La nota es: Estados Unidos, con Marion Jones en el tercer cambio, conservó el título logrado en Atlanta en la prueba 4x400 metros. El registro: 3:22.62. Se sacude en loas este estadio que hoy festeja con cervezas, porque Jamaica logra la medalla de plata (3:23.25) y Rusia la de bronce (3:23.46), con la campeona olímpica de 400 metros vallas, Irina Privalova, en el último relevo.

Marion Jones tiene tres de oro.

De cinco que prometió.

Pero falló en salto alto, bronce apenas, unas horas antes.

El dimio fue claro, por parte de los estadounidenses: en relevos, tres oros y un bronce

Aunque no gana cinco medallas doradas, Marion Jones impacta. Se le nombra la reina de los Juegos.

Estados Unidos dominó por completo la jornada final del atletismo de pista, con dos medallas más para Marion Jones, incluida una de oro, y contundentes triunfos en los relevos varonil.

No cinco de oro, cinco simplemente.

Jones, en el 4 x 100, tuvo que hacer un trabajo inaudito: por el par de errores de sus compañeras, aceleró para remontar de un sexto a un tercer sitio.

Las Golden Girls de Bahamas recorrieron la pista en 41 segundos y 95 centésimas, para lograr el título que se les escapó en Atlanta 96, cuando perdieron ante las estadunidenses. Merlene Ottey y las jamaiquinas registraron 42.13, y el equipo encabezado por Jones llegó a la meta en 42.20, con lo que falló en su intento por revalidar el título que obtuvieron hace cuatro años como locales.

Se marcha, Marion Jones –esposo acusado--, de las pruebas en Sydney. Y alfo l molesta, más que el hostigamiento que sufre la familia: la comparación.

“La gente se equivoca al compararme con Jackie Joyner o con la alemana Heike Dreschler. "Se olvidan de que yo intenté ganar en tres pruebas distintas. Nunca seré como ellas y nunca tendré una técnica tan buena como la suya, simplemente porque yo soy diferente. Yo soy yo”.
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Circular Quay, inicio, punto de partida


Monarcas y asesinos; barcos, lores, siervos y bahías. Victoria, Napoléon, Jorge III; nubes blancas...



En el mundo sólo quedarán 5 reyes: los de las cartas y el de Inglaterra

(Rey Faruk de Egipto al ser destronado en 1952)


Pedro Díaz G. /Enviado


Sydney.— La crónica de Sydney y su historia. Su presente y su pasado. Sus detalles: se recomienda llevar ropa ligera y calzado cómodo; prendas de abrigo para las noches frescas. Será importante también tomar las precauciones necesarias para protegerse del sol.
¿Y entonces?

Hace calor. Las nubes, altas, blanquísimas, se escarpan imposibles envueltas en este cielo que a la tarde colorea en espléndidos naranjas anunciando: la oscuridad ya llega.

Sydney, capital de Nueva Gales del Sur.

Se ven lejanas sus estrellas. Unas cuantas.


* * *


El 26 de enero de 1788 el capitán británico Arturth Phillipe y mil 30 condenados a prisión, llegaron a Sydney Cove. Crepúsculos más tarde, proclamaron a esta tierra nueva colonia del reino de Inglaterra. La nombraron New South Wales. Cinco años después arribaron los primeros colonos, y, en 1810, su primer gobernador: Lachlan Macquarie.

Nuevas colonias fueron fundadas, incluyendo Sydney. Llamada así por Lord Thomas Townshend Sydney.

Juegan con un freezby, entre la gente, triangulándose los pases, unos jóvenes aussees, cuyo disco volador planea en intermitentes luces de colores. Caminan con prisa los turistas, en el afán de apoderarse cada trozo de belleza en esta ciudad olímpica.

Thomas Towshend, barón Sydney de Chiselhurst.

Uno de los más honorables lores de la Reina Victoria, Thomas Thowshend fue secretario de estado, presidente de la comisión para el control de asuntos en el Este de la India, comisionado de comercio y gobernador de la Casa de Estatutos. Fue nombrado barón Sydney de Chiselhurst por el Rey Jorge III, en 1783: el rey loco. Jorge III no toleraba que sus cortesanos tomasen asiento mientras él y su familia escuchaban música de Handel en larguísimas sesiones. El monarca disponía a su antojo del tiempo de sus súbditos y no aceptaba que ninguno de ellos lo mirara directamente a los ojos.

Pero viajemos hacia atrás, mientras... más allá, un anciano de barba entrecana da de comer un excelente pulpo a las gaviotas. ¿Es acaso millonario? No viste como tal...

Viajemos en el tiempo. A la época victoriana. ¿Le parece? Victoria, cuando sólo tenía 18 años, tomó inesperadamente el trono de Inglaterra. Su personalidad le confirió un gran prestigio que no mermó durante los más de sesenta años que detentó el poder. La dinastía de los Hannover se mantenía entronada en Inglaterra desde 1714. Con el rey Jorge III, que había vencido a Napoleón, la sucesión estaba asegurada: tuvieron quince hijos. De ellos, el duque Kent, ya en edad avanzada, se casó por intereses de Estado con María Luisa de Sajonia-Coburgo, una joven viuda. De ese matrimonio nació otra, la segunda Victoria. Tras una infancia solitaria y poco feliz, la reina trató de olvidar su melancolía con una ajetreada vida pública. Sin embargo, al subir al regio asiento de altas dignidades, tuvo la fortuna de conocer a su primo Alberto de Sajonia-Coburgo, con quien finalmente se casó en 1840. Fue él quien influyó positivamente su personalidad, y su madre Victoria, de hecho, se encargó sobre todo de infundir en la joven el sentido de la responsabilidad como reina y guía de Inglaterra. La descendencia de esta unión también quedó bien asegurada: tuvieron 9 hijos y 35 nietos.


* * *

Darling Harbour, una de sus varias bahías, antes bastante marginal por lo del barrio chino, ahora reluce con un inevitable jardín chino devorado por ríos y cascadas artificiales, o por fuentes de láser que se mueven al compás de La Traviata. Hay de todo. No hay quien asimile otro espacio temático-recreativo más, imax, acuario, un pabellón de juegos Sega, grande como una catedral... Tiendas, pubs.

Entre sus herederos hubo un emperador de Alemania, una zarina de Rusia, una reina de Grecia, de Noruega, Rumania y España. Incluso, la siguiente generación estuvo presente en los tronos de Dinamarca, Suecia y Yugoslavia. Así, a finales del siglo XIX y principios del XX, casi toda Europa estaba en manos de sus descendientes, razón por la cual la llamaron la abuela de Europa.

Pero volvamos a su vida. La reina, convencida de su papel de representante de una gran nación, se apoyó en la política de los conservadores, quienes querían mantener la imagen de una Inglaterra fuerte. Fue así como en 1770 apoyó la política expansionista en Asia, contuvo las pretensiones expansionistas de Rusia y logró elevar el nivel de vida de las clases desheredadas. Gracias a sus colaboradores –entre elllos, por supuesto, nuestro hombre Thomas Thowshend-- y a pesar de su personalidad austera, Victoria se convirtió en una reina ilustrada.

Enviaron hacia acá al capitán Arturh Phillipe, con un barco lleno de criminales.

Inicaba entonces la época victoriana.

Han pintado barcos y limpiado rascacielos. Hasta el agua de las fuentes es rastrillada hoja a hoja para que no queden impurezas. Respecto a los transportes públicos, cruza al centro un monorriel elevado. Por la calle Pitts se ven más móviles (teléfonos celulares) que caras. Nadie fuma, esperan la luz verde en los semáforos, y fluyen en mangas de camisa, y corbata.

Dos factores contribuyeron a nombrar así su reinado: por una parte, su personalidad, y por otra, la situación objetiva que le tocó vivir: el proceso de industrialización. La Inglaterra rural se convertía definitivamente en una nación que proyectaba en Europa una imagen de estabilidad y bienestar económico. El capitalismo, por otro lado, necesitaba una clase sin acceso a tierras de cultivo – una clase potencialmente aun mas pobre que los siervos--. Nuevas leyes impusieron la pobreza. En Inglaterra, los siervos fueron expulsados de sus pequeñas parcelas, robados de su subsistencia. Durante el régimen del Rey Jorge III, hubieron 3,554 "Actos de Encerramiento," por los cuales 5.5 millones de hectáreas de tierra sierva fueron legalmente entregadas a los lores. Como resultado, masas de gente tuvieron que depender del trabajo asalariado.

Qué hacer en este panorama, con los malos. Los prisioneros ingleses fueron embarcados. Muchos convictos, incluyendo pecadores y criminales, hacia Australia. Su destino, laborar en brutales condiciones para la construcción de caminos y edificios.

Algunas reminiscencias quedan de esta zona –la primera prisión, barracas, tiendas y hospital-- que fue hábitat de la arquitectura de los presos, en The Rocks, por donde once chicos echan carreras en sus patinetas, vehículo de moda.

“Sydney se ha convertido de precario penal, en una lozana, respetable ciudad”, la definía la Enciclopedia Británica, a principios del Siglo XIX.

El reinado de la última Victoria, quien murió en 1901, fue el período de transformación más largo de la sociedad inglesa


* * *


De los apuntes de un viajero: Charles Robin Darwin. 12 de enero de 1836:

Un viento favorable nos empuja casi al rayar el día a la entrada del Puerto Jackson. En lugar de ver un país verdegueante y cubierto de

casas hermosas, acantilados amarillentos que se extienden hasta donde alcanza la vista, nos recuerdan las costas de Patagonia. Un faro solitario construido con piedras blancas es lo único que nos indica que nos acercamos a una ciudad populosa. Entramos en el puerto que nos parece grande y espacioso: está cerrado por acantilados de gres estratificado horizontalmente. El país, casi llano, está cubierto de árboles miserables: todo indica la esterilidad. A medida que avanzamos va, sin embargo, mejorando; comienzan a verse algunos hoteles hermosos, algunas fincas bonitas a orillas del mar. Más lejos todavía, casas de piedra de dos y tres pisos y molinos de viento, al extremo de un promontorio nos indican la proximidad de la capital de Australia. El puerto de Sydney. Allí encontramos muchos y muy hermosos buques; todo la bahia rodeada de almacenes. Por la tarde doy el primer paseo por la población y vuelvo admiradísimo de lo que he visto.

Esto es, a no dudarlo, una de las pruebas más admirables del poder de la nación inglesa. En unos cuantos años, y en un país que ofrecía menos recursos que Sudamérica, se ha hecho aquí mil veces más de lo que allí abajo han hecho en siglos. Mi primer sentimiento es felicitarme de ser inglés.


* * *


Por el año 1819, veinte seis mil personas vivían en New South Wales, incluyendo diez mil condenados; pero en 1840 la transportación de prisioneros fue abolida. Dos años después, Sydney se hizo una ciudad, oficialmente. En 1851 ocurrió la fiebre por el oro y la población incrementó a 300,000 habitantes. NSW celebró su prosperidad en 1888 con la dedicación del Centennial Park.

Durante los siguientes tres decenios, se unió a otros estados y formaron el Commonwealth de Australia, y después de la Primera Guerra Mundial un millón de personas vivían en Sydney. Cuando la Segunda Guerra Mundial terminó, el gobierno empezó un proyecto industrial e importó inmigrantes europeos para trabajar.

Sentados, a la orilla de un café italiano, saborear con los pies hacia el océano, un pastelillo, un buen café, justo debajo de La Opera, donde todo comenzó: “Hemos llegado al mitad de un caluroso mediodía”, escribió el capitán Arturth Phillips, que con sus 1030 convictos prisioneros arribó, justo, a Circular Quay.

En los setenta y ochenta la ciudad se extendió y la población se incrementó a cuatro millones de habitantes.

En 1993, Juan Antonio Samaranch anunció que "Syd-er-ney" sería la capital del deporte Olímpico. Y aquí seguimos todos, maravillados con todo lo que vemos. Compartimos.

Sydney 2000, donde entre un cielo de espléndidos naranjas, nubes altas, blanquísimas, escarpan imposibles.






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Revendedores medalla de oro


Sydney: la más atinada acepción de la locura, perturbación, acción irreflexiva;
entusiasmo desmedido


Pedro Díaz G. /Enviado


Sydney.-- Vienen con globos en la cabeza, caminan por una calle vigilada con cámaras electrónicas –conectadas, a su vez, a una central de operaciones--. Es George Street, la arteria vial por excelencia, el andador a pie, las tiendas, bistros y café internet, la más asediada de las avenidas en estos días de euforia australiana.

Se desquicia este domingo. Es tiempo de tomar del brazo a los amigos, y salir a cazar todo lo aprehensible.

Una niña, rubia, hermosa, sale corriendo justo al ver el semáforo amarillo; se le cruza a los coches, ríe porque su compañera no se atreve. Muchos, los que la ven, arquean las cejas. ¿Qué le pasa a esta mujer?

Un segundo más tarde: un trenecito morado cruza la vía, la más famosa y comercial. Hay una línea coloreada en rojo ladrillo en el arroyo vehicular: indica que circulan, por ahí, autobuses en contrasentido. Pero, entonces, si todo aquí se conduce al revés, qué pasa. Vaya descontrol.

Casi atropellan a un amigo, ¡que ni cuenta se da! Baja del coche por el lado inverso (que a estas alturas no se puede definir cuál es) y tras el auto, que además desobedece la señal pues sólo deben circular camiones, viene uno. Sólo ríe cuando sus amigos le advierten que su historia se llamaría Muerte en Sydney.

Se oye de todo en George Street.

Se mete en la cabeza el ti-tac, tic, tac tictactictactictac de los semáforos, se mezcla con el jazz, con la música barroca de quienes ambulan los caminos. Como Carlos Pérez, a quien le arrojan monedas tras tocar, con la guitarra, el concierto de Aranjuez.

Calle segura, esta de tiendas llenas por doquier.

Estridencia traen los canadienses, con sus gritos, sus banderas, los rostros pintados de emoción.

Y decenas de visitantes se apoderan de la fugaz exhaltación de los sentidos: una niña anda en patineta (80 dólares, el costo más barato), y, a pedalazos, se escurre entre la gente. Otro joven aprovecha y en dos ruedas reparte, en pequeños folletitos, la palabra del Señor.

Centro comerciales de productos chinos, City Mark, en la esquina de Hay y George. Y la demencia colectiva: todos traen sus celulares (incluido un servidor). Los negocios de Internet florecen casi a cada cuadra. Un hombre vende sus boletos para la natación. Boletos de oro, dice, pero pocos se acercan a preguntar.

La Central Station es, por dentro, una maraña de tranvias que recorrer la ciudad entera. Imagine: ahí solamente existen 24 vías confluyendo. Y, para evitarse congestiones, la solución ha sido simple: tras pasar por la taquilla, es decir, las máquinas que le cobran su boleto de acuerdo con la distancia recorrida, usted tendrá que husmear en pantallas de televisión que dicen cada ruta, los minutos que faltan para que arribe su tren, y, lo mejor, los hay directos: mismas vías que sólo se detienen en paradas específicas e ignoran otras, por si quiere ir más veloz. Así, un recorrido entre Lidcombe Station, en Homebush, sede del Olimpic Park, a Central, lo mismo se detiene siete estaciones, o tres. Y cada detalle se indica en este sofisticado sistema de transporte.

Y por fuera, punto de entrada al barrio chino, cuyo árbol de hule, de la gota eterna e infinita, es una fuente ajena, extravagante, llena de inspiración: es símbolo de bienvenida al barrio chino. Es también una suerte de fuente de los deseos. Pero no aviente sus monedas: es suficiente con mirarla para ver cómo gotea: apenas es el tronco ancestral de un árbol con algunos adornos que simulan oro sobre su alto corpachón. De allá gotea incesante un poco de agua, que, al decir de la comunidad, trae buenaventura. Suerte. Todos se detienen a admirarla.

“Hay Street” es una calle cerrada donde solo cruzan trenes. Y hay que tener cuidado al pasar. La gente, que ahora viste con banderas, gorras, se identifica como olímpica porque un porcentaje muy alto tiene al cuello su acreditación. Una arteria sin automóviles, permite, así, un descanso. La contemplación sin aminorar el paso. El tiempo de tomar un respiro. Porque hace hambre y hay que intentar traducir cada letrero, que, literalmente, en chino está.

Los pubs debido a la sed están siempre llenos. En Market City, venden skies, viajes a Japón; casi todos por aquí son orientales, el mayor turismo, sin duda, viene de allá arriba.

¿Y la comida, qué elegir?

Se antoja un buen filete, pero... “Beef potato, vegeterian potateo, vegetarian pied (una especie de chalupa), chicken hawahian paid, doner kebab roll”, y cafés: “capuchino megachino”.

Helados deliciosos... pero, no. Muchos siguen en el estornudo, muchos viven, de verdad, con gripe. Dios.

Casi todos traen una cámara en la mano. La gente toma un alimento sentada en banquetas y escalones. Se escuchan todos los idiomas, lenguas, onomatopeyas. Gritos. Como los de este grupo de brasileños –bebé al hombro, cerveza en mano--, que festejan cuando el hombre del saxofón en Margaret Street, toca una samba.

Caminar.

En ello se pasa parte del domingo.

En pleno centro, un mercado como de revendedores reubicados.

Locales con ofertas, koalas de peluche, recuerdos, playeritas, sudaderas, lencería, pieles de canguro, o imitación pieles de canguro. Llaveros. Gorras.

Al salir del barrio chino un hombre toca el avderitoo, ese instrumento de aborígenes que estremece al escucharse.

Qué tal suena, no por algo hasta Yothu Yindi, un grupo de rock vende tantos discos.

El hombre, torso desnudo, explica a la gente desde donde viene el aire que convierte en bellos sonidos que aligeran el espíritu. Sale del pecho y termina en las mejillas, cachetes que se inflan.

--Tainkyu –exclama--, y, traducido: esto es lo que me salva la vida, dice tras un fuerte aplauso, muestra a la concurrencia un encendedor y un cigarrillo y lo prende, disfruta este momento: tras la risa colectiva, las monedas caen copiosas.

Sydney es disparate y es demencia. Es, no hay duda, en estos días, la palabra que aplica su verdadero nombre a la locura.
posted by Pedro Díaz G. at 3:57 PM | 0 comments



"¡Este tipo es una piedra...!"

Inicia con rapidez César Morales, pero en los fugaces segundos que dura su combate, se traza la estrategia. Más movilidad. No mimetizarse.


César Morales, en la categoría de 54 kilogramos, venció por 13-8 al ugandés Abdu Tebazalwa, en el Centro de Exhibiciones de una repleta, atascada Darling Harbour


Pedro Díaz G. /Enviado


Sydney.- La sala de exhibición es un espacio tan amplio que se convierte en el único en donde, a mitad de la Bahía Darling, se puede transitar. Rigidos controles de seguridad detectan hasta el mínimo metal para permitir el acceso y los guardias deben hacer, minuciosamente, exhaustivos controles, uno a uno, a cada visitante.

--....Mmmm, hebillas, reloj.

Es exagerada la revisión. Abrir las piernas, poner los brazos en cruz, y, tras el amable gesto de los férreos australianos, ingresar.

La sala tres no llena por completo cuando toca turno al mexicano.

Será el segundo combate de la sesión vespertina. Todo el equipo se apodera de los espacios para periodistas en esta sede, hoy no tan concurrida.

No se llena, en lugar, ni con periodistas ni con aficionados.

Ahí, al frente del grupo, Vicente Borrego Torres evoca:

--Casi todo este grupo vine trabajando desde juvenil. César llegó con nosotros a los 14 años. Y míralo, ahí está.

-Qué es lo más difícil, para un púgil amateur.

--Los grandes trechos que se abren con tantos años de entrenamiento. Es duro, pero pobres, se tienen que aguantar --dice, con tranquilidad, este hombre al que llaman polémico en el COM.

--¿Ha cambiado mucho el boxeo, desde entonces?

--Mucho, mucho, ahora los muchachos enfrentar altos grados de dificultad.

Aparece César, se persignan; susn compañeros atreven apenas unas frases de apoyo. La solemnidad que se vive en la sala es evidente. No hay estridencias como en el boxeo profesional.

Está por comenzar.


* * *


Se torna aún más férreo el ya marcado gesto de severidad en Francisco Bonilla Vázquez. Bajo lo espeso del bigote está la clave de esta noche.

Ha salido César combativo al primer asalto. Su rival, Abdu Tebazalwa, más alto, con mpas distancia; sin embargo, pretende contrarrestar su poca mivilidad caminando hacia atrás. Desde el inicio, apenas suena la campana, Morales muestra sus mejores armas: repite el largo golpe de derecha, los ganchos, y evita, muy veloz, con precisos movimientos de rolling, los ataques del ugandés.

Pero al termnar el primer asalto el recuento indica que, estratégicamente, el rival ha logrado su objetivo: mantiene a César a su ritmo, desvanece poco a poco ese avasallante, acaso hasta ansioso accionar.

Morales, sale con guardia derecha, ataca con combinaciones a rostro y uerpo.

Es el primer asalto --lo será todo el combate--, para el mexicano, al que no dejan de gritar sus compañeros. Domina el combate. Pero...

Es reprendido al llegar a su esquina.

Lo mira apenas Borrego Torres. Ha dejado en Bonilla la responsabilidad de esta primera intervención olímpica.

Bonilla:

--¡Este tipo es una piedra!, ¿no lo ves? No lo permitas. No dejes que te haga un camaleón. No desaproveches al rival. Está quedado...

De no mimetizarse. De eso trata el resto del combate. El ugandés, con mayor altura y potencia, es, sin embargo, presa fácil. Evita Bonilla, con los consejos, que su pupilo caiga en ese fenómeno del boxeo al que llaman espejarse: logra con un ritmo semilento dejar que los segundos transcurran sin que el mexicano marque un sólo punto.

Es para nadie este primer round: 2-2, indican los cartones de los jueces.

Sale menos presionado el mexicano. Tiene ya el secreto:

Es entonces cuando mejor se le ve: avasalla con golpes abajo, rápidos, vertiginosos. Muchos. Y entonces Tebazalwa lo resiente; intenta infructuosamente detener los envíos, tira golpes que el mexicano evade con movimientos de rolling. Pero no ataca el ugandés. Por el contrario, ahora César es quien conduce el combate. Avanza. No vacila. Y es entonces que sucede: un volado de derecha se impacta en pleno rostro del africano, ante el deliriom ya, de varias decenas de mexicanos.

Lo sabe, lo festeja.

Pero aún falta...

--Ya ves, ¿qué diferencia?, es gesto más amable el que encuentra en su rincón.


* * *


Estamos listos para la guerra. Traigo, ya lo verás, qué bueno, a un equipito muy completo. ¿Te imaginas?, tantos años... Si empezaron casi desde niños, todos juntos. Y se llevan muy bien, gracias a Dios. César es un chico muy carismático que nos llegó desde el estado de México y tiene una serie de combinaciones muy bonitas. Seis años llevamos entrenando y conviviendo, y, lo mejor, es que cuando pelean entre los mismos del equipo, cuando se requiere entrenamiento sobre el ring, se prenden. Se dan duro. Y se enojan, por supuesto. Pero nunca vienen a quejarse, Borrego, se ensañó aquel, ni nada por el estilo. Ellos están concientes de que en el cuadrilátero no hay amigos, pero fuera de él son chavos a todo dar. Son muy listos. A veces siento que se cansan, pero qué le vamos a hacer. El boxeo actual requiere de mucha técnica, de muchas estrategias. Debes saber todo, avanzarm retroceder. No permitir que el contrario tome el control de las acciones. De lo que se trata es de imponer estilo, de salir a ganar. Ya vermos cómo nos va ahora, pero este trinfo era importante: sube la moral de los demás. Ya estamos aquí, y hasta dónde vamos a llegar, no lo sabemos. Venimos, por supuesto, por el oro.


* * *

Quise ir siempre al frente y demostrar, sobre todo, que venimos preparados. POr ello siempre estuve al frente, castigando a mi adversario. Que no, no era difícil, se alentó, y aunque estuviera más grandote, si no lo iba a cargar... En ese tercer asalro estuve a punto de mandarlo a la lona. Pero resistió bien el gancho cortito de derecha que se estrelló en pleno mentón. ¡Ojalá caiga!, pensé, pero n o pudo ser. Ni modo, hubiese sido espectacular. Había que enseñar que es lo que traemos. Pude atacar abajo por su guardia alta, pude moverme pues siempre fui más veloz. Pude ganar porque así lo quise y ahora este triunfo lo dedico a mis compañeros. ¿Nerviosos?, qué va...


posted by Pedro Díaz G. at 3:43 PM | 0 comments




¿Cómo te lo cuento, pequeña?


Que en Sydney los niños, como tú, disfrutan de espectáculos guiñol en plena George Street, enredados en la frescura de sus risas; que hay muchos mellizos en carreolas dobles; que hoy tienen pintadas las mejillas apoyando a los deportistas de su país; que gritan en el metro y los reprenden sus padres; que tienen el rostro lleno de felicidad; que hay ranas, ciencia, cultura, payasos, diversión


Pedro Díaz G./ Enviado


Sydney.-- La noticia me llegó por mail.

Preguntaste por mí. Cómo le irá a Peter, dijiste.

¿Cómo te lo explico, pequeña?

Que los niños tienen el rostro a los seis años, como tú, pleno de una sonrisa que dulcifica, pero que son muy gritones, chillones, berrinchudos. Que en el metro, el otro día, vi una escena que me horrorizó: viajaba una familia, árabe, tal, vez --porque debes saber que conviven en esta ciudad de tres millones de habitantes más de 140 personas de nacionalidades tan distintas-- conformada por dos hermanos, sus esposas, y cada quien sus hijos. Gritaban, pataleaban llenos de fastidio, los chiquillos, y se movían. Hasta que fastidiaron a un papá. Y tremendo cachetadón le plantaron al pequeño más inquieto. Y no sólo su padre, sino que, también, el que supuse era su tío. Pero te cuento que a las afueras de la Catedral de San Andrés, a la que se llega por la estación Town Hall, todos los días y a todas horas se presentan espectáculos infantiles: payasos, teatro guiñol, danza. Estarías, no lo dudo, muy feliz.

Y cuántos canguros y koalas.

Los centros comerciales --mamá yo quiero uno, ánda cómpramelo, sin duda pedirías-- tienen para ustedes, los chiquitos, cualquier cantidad de artefactos divertidos: ranas de pilas que croan y cantan. Pelotas de plástico transparente, de esas que rebotan a toda velocidad, llenas de chips y alambritos electrónicos: entre más duro la lances más ruidos extraños lograrás. Boomerangs con todos los grabados...

Que los parques se llenan por las tardes de brincos, de gritos. Sobresaltos. Que la seguridad, al menos, lo que se ve en las calles, no preocupa: no deben andar sus padres temerosos porque llegue el robachicos. Que les encanta leer, a los chiquillos y los libros infantiles te matarían de gusto, de pasión.

Cómo te lo cuento, André Sofí, que dormito en los camiones. Que te pienso y estremezco, que quisiera aquí estuvieras para que tu misma escogieras tus recuerdos.

Que Australia, lo que he podido indagar, es todo esto: se habla inglés --y si vieras cuánto reportero mexicano no lo hace, y cómo sufren-- que la población activa suma los 10,08 millones de personas; 19 millones es el total en el país... que los autos circulando por las calles son, más o menos, 11.74 millones, que todo el mundo anda con teléfonos celulares: al grado de que caminan juntos, los amigos, y nada se dicen: cada uno el "movil" en la oreja --qué impersonal se vuelven en estos tiempos las nuevas relaciones--, que los hogares con acceso a Internet son ya el 41 por ciento; que, no obstante, la otrora romántica costumbre epistolar no se ha perdido: 4.370 millones de postales salen escritas, por correo, desde Australia al mundo, al año; que la visitan, como yo --como quisiera tu también, alguna vez--: 4,3 millones de turistas. Que su punto más alto es el Monte Kosciuszko, en Nueva Gales del Sur: 2.228 metros sobre el nivel del mar. Mucho menos que el Popocatepetl nuestro; que el punto más bajo de este continente es el lecho seco del Lago Eyre, al Sur de Australia, menos 15 metros bajo el nivel del mar. Que el lugar más caluoro es Cloncurry, en Queensland, y alcanza en sus días de horror 53 grados centígrados. Y que el más frío es Charlotte Pass, a unas horas, pocas, de aquí: menos 23.

Que Australia ocupa un lugar único en la cultura, geografía y economía. Que posee recursos naturales inmensos, y es un continente de una belleza física innombrable. Que a Sydney se le califica como una ciudad cínica por su belleza. Que hay mano de obra calificada y culta, que se vive en armonía social y su estilo de vida sí, causa cierta envidia.

Que el 45 por ciento de la mano de obra australiana tiene título universitario o formación profesional. Que el 30 por ciento de los australianos que se titulan hacen un postgrado. Que hay profesionales de la ciencia y la tecnología. Que, por estar tan cerca de la zona oriental y su economía globalizada, más de 2.4 millones de australianos hablan en su entorno familiar un idioma distinto al inglés. Que quienes dominan son las lenguas asiáticas: superan los 800 mil. Que hay flora, fauna, aves. Pero casi no veo perros, como Bashra, por las calles.

¿Cómo te lo cuento, pequeña?, que el otro día vi una escena no común: afuera de un centro comercial, y cuando pretendía subirse a su automóvil, un hombre fue detenido como sólo merecía, quizás, el mochaorejas o algún político corrupto, de esos que ya sabes. No. Después de que el pobre tuvo que ocultar su rostro a las cámaras de televisión, un policía recuperó lo que se había robado: un koala de peluche que regresó a su dueña, una pequeña, como tú.

Como te cuento que el primero de enero del 2001, Australia cumplirá 100 años, como país independinte y habrá gran celebración. Que el logotipo de su centenario simboliza la unidad de los pueblos australianos, con un trazo positivo y elevado de las líneas, indicando el avance hacia el futuro. Los colores representan su paisaje: el verde de los trópicos, el rojo y ocre del desierto, el azul de la costa.

Cómo te digo que habemos, nos han revelado la cifra, en total 25 mil comunicadores en estos Juegos. incluidos técnicos de televisión; que el Estadio Olímpico es un ejemplo extraordinario del diseño ecológico hecho realidad: su ventilación natural se consigue mediante la utilización de huecos de ascensor sobredimensionados, de huecos de escaleras y de escaleras mecánicas que conducen el aire fresco hacia el interior a la vez que permiten que salga el aire caliente. Sus dos motores de cogeneración de gas, de 500 kilowatios de potencia, reducen en un 40 por ciento la producción de gases causantes del efecto invernadero, en comparación con la electricidad convencional. Que en el Centro Acuático, ahí, donde Fernando Platas ganó su medalla, el aire acondicionado refresca tan sólo el ambiente que está alrededor de los espectadores, no el de la piscina, lo que significa que se necesita menos gasto de energía. Que en la sede del Parque Olímpico de Sydney (y los terrenos del Millenium Parklands que lo rodean), en Homebush Bay, se ha llevado a cabo el mayor programa de limpieza de la historia de Australia.

Qué sí, efectivamente hay ranas. Pero las tienen protegidas.Que, con una inversión de 137 millones de dólares, el que era un vertedero para las más de 9 millones de toneladas de residuos industriales, se ha convertido en un parque hermoso, que deberías conocer. Que el sitio ha vuelto a convertirse en humedades que albergan aves e invertebrados acuáticos. Que se han plantado decenas de miles de árboles australianos y millones de semillas de césped wallaby nativo, y cada vez hay más y más diversas especies.

¿Cómo te lo cuento, pequeña?, que me encantó que te acordases de mi porque yo no dejo de pensarte. Que te extraño. Uno de estos días, me dije, que tenga tiempo, que no me duerma en el camión, te escribo una cartita, y te la mando.
posted by Pedro Díaz G. at 3:36 PM | 0 comments



Seamos realistas; hagamos lo imposible...


John "Air" Gorski, logró un récord en el boomerang: 17 minutos, 6 segundos antes de regresar; ¿los billetes?, casi plásticos, de polímeros, para que duren más; zona de animales ponzoñosos ¿qué hace Australia para ser tan exitosa?


Pedro Díaz G./ Enviado


Sydney.- El parque del centenario es una superficie de áreas verdes de pureza asombrosa por sus límpidos jardines. Es el único parque dentro de una ciudad en todo el orbe donde se puede montar a caballo, entre otras muchas cosas. Chicos en patinetas evitan obstáculos, peligros. Casi chocan. Los jóvenes practican boomerang y ríen con desenfado mientras esos trozos de madera surcan los cielos vespertinos.

Tiene Sydney, todo el país, una cita consigo misma cuando se conmemoren cien años del nacimiento de la Federación.

La cita es el primero de enero del año próximo.

Ha llegado a niveles que pocos pueden creerse, esta ciudad.

Las descripciones del pasado fueron severas. "Dios hizo esta tierra bizarra, monstruosa, cruel e inhóspita, como un castigo por el pecado del hombre"...

Castigo. Sí, en el pasado, pero ahora...

Australia cumplirá 100 años. Los australianos de todo el país celebrarán sus logros y dirigirán, dirigen ya, sus miradas al futuro. Esta es una de las masas terrestres más antiguas del mundo. Se calcula que ha estado habitada durante 60 mil. Antes de la llegada de los colonos europeos, los pueblos indígenas de los aborígenes y los isleños del Estrecho de Torres habitaron la mayoría de las zonas del continente.

Sin embargo, la historia moderna de Australia es relativamente corta. El primer asentamiento británico data del 26 de enero de 1788. El primero de enero de 1901, las entonces seis colonias británicas (Nueva Gales del Sur, Queensland, South Australia, Tasmania, Victoria y Western Australia) se unieron en una federación para formar una nación democrática unida. En la nueva federación, cada colonia se convirtió en un estado, manteniendo su propio gobierno y su parlamento. En el marco de la Constitución australiana, determinados aspectos, como la defensa, el comercio y las relaciones exteriores pasaban a ser responsabilidad del gobierno federal, mientras que los Estados conservaban algunas responsabilidades.


SIMBOLO QUE NO ES UN JUEGO


Boomerangs los hay por todos lados. Es uno, acaso el mejor de sus inventos. En tiendas de souvenir, en plazas y mercados. Unos, los pequeños, simple simbolismo, ornamento para salas; de medianos para arriba: garantizados, “sí regresan”. Pero los turistas que los adquieren, algo extra deben de saber : existen ciertas reglas al utilizar el boomerang, ya sea para diversión o para deporte. Nunca lances el boomerang a una persona, puedes lastimarlos; practica en la grama o amplia localización, donde puedas lanzar cuantas veces quieras sin romper ventanas, luces o que tu boomerang se quede atascado en un árbol o techo. Qué pena sería. Y que molestias suele dar. Sólo lánzalo en brisa suave o calmada. El viento fuerte no es bueno para su lanzamiento; simplemente no hacen un buen regreso, si no se meten en la suave brisa... Nunca hagas el lanzamiento de lado siempre por encima de la mano y, recuerda que los boomerangs son para deporte. No juguetes. Porque aquí, en estos jardines, existe una máxima obligada: Un boomerang mal lanzado se vuelve contra su punto de partida y decapita al propio lanzador. Pero bien lanzado, como el del nuevo récord, de John Air Gorsky, se convierten en 17.6 minutos de un boomerang flotando por el cielo.


LA REINA DEVALUADA


Desde 1901, Australia se ha forjado su propia identidad en la escena internacional, surgiendo como una nación soberana independiente. El aniversario de este acontecimiento les hará reflexionar en su pasado, apreciar la democracia, enorgullecerse de sus logros y seguir mirando al futuro con confianza.

Por ello, acaso, algunos cambios: la reina Isabel II desaparecerá de los billetes australianos. La monarquía británica no estará más, a partir del año próximo. En los billetes de cinco dólares, la cara de Isabel II será sustituida por la de sir Henry Parkers, conocido como el padre de la Federación Australiana. La reina de Inglaterra seguirá estando presente en las monedas. Es, cuál su destino: la reina devaluada. Antes, hasta la penúltima emisión de billetes 1966-1995, su figura apareció en los de un dólar, hasta que, en 1996, salieron de circulación.

Son de polímeros sus billetes(compuesto químico, natural o sintético, formado por polimerización, es decir: gracias a la reacción química en la que dos o más moléculas se combinan para formar otra de elevado peso molecular, en la que se repiten unidades estructurales identificables con las moléculas que la originaron) suaves al tacto, casi irrompibles. Con un sello diminuto y transparente.

Australia tiene una tradición de inventiva. Cosas de uso corriente, cotidiano: frigoríficos industriales, el sistema de mezcla lista para transporte de cemento, y los barriles formados por una caja que contiene una bolsa de plástico para vinos, se originaron en Australia.

Cuando la gente en todo el mundo utiliza Internet, están haciendo uso de la investigación llevada a cabo por científicos que trabajan en Australia, cuyo habitantes se cuentan entre los primeros en utilizarla red.

Algunos inventos australianos no son, desde luego, para el uso diario: tijeras para genes, el sistema Synroc para almacenar desperdicios radioactivos, otro de aterrizaje de aeronaves por microondas Interscan, y, entre otras cosas, las sondas de protones inteligentes para investigación de materiales y células vivas.


NOCHES BAJO LA CRUZ DEL SUR


Habrá que mirarla con detenimiento. Es la bandera de Australia que niñas y pequeños traen pintada en la mejilla y agitan en cada escenario olímpico. Tiene fondo azul, que simboliza la justicia; sobre el extremo izquierdo, arriba, la bandera inglesa, Union Jack, recordando que Australia fue una colonia británica; debajo, una estrella grande que representa la Federación Australiana, con siete puntas; una representando a la Federación y las restantes a los Estados: New South Wales, Queensland, Victoria, Tasmania, South Australia y Western Australia. A la derecha está la Cruz del Sur, ya que en Australia como en Sudamérica se ve con toda claridad esta constelación.

El himno nacional, otro de sus símbolos patrios, es una versión revisada de una canción de finales del siglo XIX, "Advance Australia Fair" (Avanza bella Australia). Fue declarada himno nacional en abril de 1984 en sustitución de "God Save the Queen" (Dios salve a la Reina), ahira es el himno real?

Ese mismo año Australia adoptó oficialmente el verde y el oro como sus colores nacionales. Waltzing Matilda, un célebre tema folklórico, es frecuentemente interpretado en actos oficiales, pero no es el himno nacional.


ADVANCE AUSTRALIA FAIR


Se escucha por todos los recintos olímpicos, con frecuencia que llena de orgullo a cientos, miles, millones de aussies. Dice así:

Australians all let us rejoice

For we are young and free

We've golden soil and wealth for toil

Our home is girt by sea

Our land abounds in nature's gifts

Of beauty rich and rare

In history's page let every stage

Advance Australia Fair

In joyful strains then let us sing

Advance Australian Fair...


La han entonado muchas veces en la alberca. Las estaciones del tren suburbano –que logra en 18 minutos llegar de Homebush a Darling Harbour cuando el recorrido por autobús es de más de una hora—vienen repletas de estimación, orgullo patrio. Y los pequeños, lindos niños, ven cómo se iza su bandera y escuchan, confortados, cada vez con más frecuencia su himno.


RIO QUE CONFLUYE CON LA LUNA


Para la tribu australiana de los Cornu, La Vía Láctea era también un río de suma importancia para ellos, pues en sus orillas resucitarían después de la muerte como hombres de color blanco. Así también para los Narrinyeri, otra tribu australiana, es un río donde navega una embarcación.

La Cruz del Sur, en el centro de Australia, curiosamente, se consideraba una constelación como la "Pata de Aguila"; curiosamente, porque en cierta forma se iguala a la visión que de La Cruz tenían las antiguas tribus de Sudamérica, cuando que la veían como la "Pata del Súri".


ENJOY YOURSELF, MISTER


El centenario de la Federación brinda a los australianos una oportunidad para celebrar el surgimiento de una nación independiente y soberana como integrante de la comunidad internacional; el desarrollo y la fuerza perdurable de la Constitución australiana; la evolución de Australia como democracia parlamentaria, en la que la sociedad y los gobiernos respetan el estado de derecho; su papel como sociedad civil orgullosa de su historial de tolerancia y libertad de expresión; y los logros durante 100 años en el desarrollo de una economía exitosa, en la defensa de un país en tiempos de guerra, y en la adquisición de prestigio internacional en áreas diversas como deporte, arte, ciencia y educación. Tiempo entonces para repetir como se repite ahora: Mister, enjoy yourself...

Es el parque Centenario, el inicio, antes que nada, de esta crónica. En donde hay, por cierto, además: criaturas venenosa.

Porque Australia tiene la poca fortuna de poseer --¡cuidado al caminar!— muchas especies de criaturas venenosas. En ambos sitios. Mar y tierra.

Cohabitan, además, en barrios suburbanos bichos raros, ponzoñosos. El recuento: 38 serpientes terrestres, y 23 marinas. Veintidós tipos de arañas; hormigas, 2 escarabajos, 6 escorpiones, cienpies, mil pies, mosquitos, moscos y otros insectos. En el mar, tiburones, once especies de mantarrayas, estrellas de mar, anémonas y ranas.

Australia es hogar de las diez serpientes venenosas más mortíferas del mundo. De una lista de 25, son 21 las que reptan en este continente. Y lo siguiente es para asustar: la Cobra India y la Black Mamba, son, entre las más mortíferas, doce y trece, respectivamente.

Otrora castigo de los dioses, esta ciudad, el país entero, terreno en el que poco había que ofrecer, no hay duda, milagro es.
posted by Pedro Díaz G. at 3:33 PM | 0 comments



Tiempo de decir adiós

El día final; la clausura. Miles, acaso millones se apoderan de la bahía Darling, donde el ambiente es tierno, familiar: cero alcohol, cero desmanes. Pero allá, al lado de La Opera, donde los ferrys parten a la mar: humaredas, contorsiones, gritos, merengue, rock and roll; y algunos toqueteos...


Pedro Díaz G. /Enviado


Sydney.-- Una nube de espeso humo se levanta sobre las cabezas de innumerables curiosos que toman al parque de Circular Quay como el punto más importante para decir adiós a los Juegos Olímpicos y a sus visitantes; huele a mota. Y hay tanta gente que no caben dos más...

¿Qué hacer si nadie se puede mover siquiera unos centímetros desde ya hace más de una hora y media?

¿Qué, si empiezan a rolar pipas y cigarrillos ante la mirada inaprehensible de vecinos momentáneos, y un grito no cesa, surge en sonidos guturales, después de haber bebido tanto alcohol?; es el reto de los irreverentes a su anterior generación: "¡Ven papá!; ¡venga, abuelita!.. ¿Sabe a qué se dedican sus hijos mientras esperan el encendido de fuegos artificiales, aquí, bajo el puente símbolo de Sydney?”

--¡Acérquense y comprueben!

No lo hacen.

Esta chica sí: trae de la mano, impasible, a su novio, y, mientras, ella besa a todo el mundo, a todo. Ya en la mejilla, ya en el boca. Ya a hombres, ya a mujeres. Se escurre por pasillos inexistentes en esta masa informe de huesos, aromas, sentimientos: "Mua", les comunica vía mejilla. Guiña un ojo, avanza, y a otro, otra más, que ya acapara.

Huele mucho y la humareda impregna pronto el ánimo de aquellos que minutos antes se aventaban, en medio de la gente, en una danza violenta que hacía temer alguna atrocidad, y ahora simplemente esperan a que algo acontezca, pronto. Ya vendrá. Y estos padres con su pequeño que se aburre al lado de damas que no aguantan más --el whisky, los mareos--, y, qué asco, comienzan a vomitar.

Qué barbaridad: cuántos miles de litros de cerveza, de alcohol... Cuantos gramos de todo lo en gramos acequible.

Hay que caminar, ya a esta hora, enmedio de un basurero que se torna infinito. De los pasillos que conducen a La Opera, los recovecos que muchos tenían escondidos para sí, nada queda cuando van a dar las diez. Es el kilómetro 14 de luces en el cielo, último el punto en que nos encontramos. Día final.

(No se trata de un conjuro, quizá, pero tu remembranza me lleva a recovecos celestiales, sagrados rincones, divinas aristas, polos inexplorados; con tu recuerdo inicio un viaje a la sinrazón, al desequilibrio, al paroxismo)

Danzan acelerados por el vino; se mueven con cierta agitación; no se siente el frío, y preguntan, cuando pasan los minutos y el puente es una enorme estructura más inerte que nunca: negra, apagada, y, todavía, de alcances insospechados: where are the fuck'n fireworks?

Rubios son la mayoría; diminutas faldas usan ellas, que se agitan, que brincan, sufren arranques de patriotismo transformado en aussies, aussies, aussies, oi(nc), oi(nc), oi(nc)... Esa especie de hinmo—porra “que de tanto escucharlo ya te cansa”.

Se tuercen. Dan marometas en plena calle. Celebran lo que fue. Lo que es, lo que será. Y entonces...

La iglesia dice: el cuerpo es una culpa.

La ciencia dice: el cuerpo es una máquina.
La publicidad dice: el cuerpo es un negocio.
El cuerpo dice: yo soy una fiesta.


* * *

Los latidos descomponen su figura y palpitan a su arbitrio.
Venas irrigan hasta el último rincón, ansiosas, desbocadas.
La visión entrega imágenes que causan un colapso.
Mi mente navega en tierra, rueda sobre las olas, en un vuelo se sumerge a los subsuelos y las inmersiones se hacen en el aire.
¿Qué sucede?
(Son ciertas las memorias y la soledad. La vida es
es cierta, y el olor a lluvia. Todos estos días
son ciertos...)

Parque Circular Quay, ocho y media de la noche: deliran de borrachas las jóvenes australianas que se dejan toquetear entre tanta actividad, jaloneo, agitación, y, además ponen cara de contentas. De bancas se utilizan cajas de cerveza que van abandonando en el camino, en donde sea, luego de juntarse, hacerse calorcito, y así, encender los ánimos que nadie, ¿quién se atreve a apagar? Hay que caminar entre latas de aluminio, botes y botellas de cervezas; trapos, hojas de papel, folletos que lo fueron hace tiempo.

Estámos a la espera de lo que, consideramos, será el punto más importante en la agenda del adíós: la fascinación multicolor de cuando estalle el Harbour Bridge --como en diciembre, al recibir al Nuevo Milenio-- en luces centelleantes, arrebatadoras. Ese arco cuya estructura marca el arribo a este puerto y ha tenido desde hace varios meses a huéspedes tan distinguidos llamados los cinco aros olímpicos.

Muchos se suben a los árboles, y tienen más visibilidad; porque, desde nuestro punto, un edifico de ocho pisos obstruye la visión hacia la izquierda, donde, detrás de él se vislumbra --apenas por destellos a lo lejos en el cielo--, Darling Harbour; a la derecha, muy poco perceptibe, La Opera de Sydney.

El cielo: se presenta la luna esta noche con la más angelical de sus sonrisas; allá, a lo lejos, Orión y sus tres estrellas protectoras, la Cruz del Sur, inocultable, por supuesto.

Qué buen relajo traen los australianos. Cómo les siguen ingleses, brasileños, mexicanos.

Vino, cervezas, mujeres. Fragancia a yerba.

¿Qué sucede?

(...Es cierto el pez, cómo no lo dije
antes, y el deseo de cambiar las cosas. Entrar a
los cafés es cierto, y salir al mundo. Agarrarse
de él un solo instante)

Siempre hay algo de primera vez. Algo de invención de los sentidos.

* * *

¿Qué sucede? Es el adiós.

Llega por los ojos; ¿o es por la nariz?; acaso, sí, estoy seguro, por el tacto. ¿O será vía intravenosa con impacto directo al corazón? Quizá sea sólo telepático. O vía satélite. No lo sé, pero arriba de tantas maneras que difícilmente habra defensa. Ni lo intento.
Convivencia familiar.

Eso prometieron. Cumplen.

Porque para entrar a Darling Harbour es necesario abrir las bolsas en todos los retenes colocados a su entrada: nada de alcohol, dicen los azules guardias y poco alcohol ingresa. No hay problema, para eso está esta valla: quienes no quieren dejar atrás sus botellas de tequila, obviamente, no cruzan el barandal. Y, ocultas, se las toman unos metros más allá de la zona no permitida.

Son los pubs el centro de recreo posterior a este festejo.

Pero antes, aquí, en esta Darling que de querida todo tiene, los niños se embelesan con el estallido de luz que surca jubiloso hacia el espacio. Los chiquitos, que con tanto afán, ternura, amor se reproducen, por decenas, aquí en Sydney.

Son las 10 y media. Y los juegos pirotécnicos, para que te des una idea, vienen caminando en chispas y sonoros estallidos desde Homebush. Así como casi caminando llegas de Homebush a esta cronica: una hora y cuarto en autobús que, para dormir, utilizaste.

Están todos tranquilos y se apodera cada quien de su sitio en esta trama. Apretados, sí, pero más cautelosos: nadie se avienta. Pero uno a uno pregunta: ¿Dónde están?, dónde.

--Where are the fuck’n fireworks?

Sopla un viento inmenso; doloroso.

Hace, una vez más, mucho, mucho, mucho frío.

(Hay días en que las tardes me parecen noches; mis mañanas saben a ocaso; y las madrugadas caen al ocultarse el sol... Equinoccios a la hora del eclipse. Y puestas de luna justo en el crepúsculo. Hay días en que te extraño tanto, que el mundo se me distorsiona sin sentido)

El sitio es encantador. Mar, montañas, desiertos, riscos extravagantes, sol, palmeras, cáctus, césped, olas, veleros, windsurfers, zapatos mojados, ardor en la piel, buena comida, vinos blanco rosado tinto, cervezas y lo que se te ocurra. Música: merengue, rock and roll. Todo está aquí. Sería perfecto.

(Faltas tú).

Son enormes y muchas, en realidad por la ciudad entera, las pantallas que han sido dispuestas para que la gente viva de cerca, con los pies balancéandose sobre el muelle, la historia que termina, la epopeya de los héroes.

Aquí, en Darling, todo bajo control: un par de graciosos que al ver a seis oficiales catear a varios, al azar, en equis zona, afirman: “nosotros traemos éxtasis, por eso andamos como andamos.”

Ambiente familiar, rígida seguridad. “Mamá ya viste al cielo, ¡qué colores!”.

* * *

Cuando al fin las explosiones de emoción aparecen en la bóveda celeste, los ánimos se calman. Pero vuelven.

Porque un edificio nos tapa a la izquierda y un árbol a la derecha: de frente, el Harbour Bridge, que se enciende en múltiples, millonésimas chispas voladoras. Pero, ¿qué está pasando? –ábrete otra cerveza, por favor. Vuelve a rolar--, que, de pronto, nada.

Son más de diez, quince minutos, de los 30 que dura el espectáculo, que el Puente Símbolo de Sydney, permanece oscuro, apagado. Imperturbable. La Opera y Darling Harbour, no dejan de asombrar.

--Ya se descompuso –proponen algunos, evocando al pebetero en la apertura--; vámonos. Y comienza el éxodo que mañana será real.

El viento sopla fuerte, inmisericorde, desde la bahía. Surcan sus aguas, tranquilas, un par de embarcaciones. Todos miran al cielo.

¿Qué sucede?

(En sí lo que quiero es no pensar en tí, en exceso, porque vaya que es delicioso pensar en tí; sobre todo excesivamente).


Hay que esperar un poco. Quizás sea que han dejado el puente hasta el final.

--No creo.

--¡Pinche puente!, ¡pinche puente!... Where are the fuck’n fireworks, in the brigde?

* * *

Pasa el tiempo. Rápido, implacable. Se acabaron estos Juegos.

Tres semanas de competencias todos contra todos. Tres semanas, que se convierten, con el preámbulo, en casi un mes. Un largo viaje espera. Y será, se presagia, una locura pues, al menos, seis mil periodistas abandonen el país al día siguiente. Otros se quedarán un rato más. Ha habido medallas, dolor, frustraciones. Disputas emotivas, leyendas modernas multifascéticamente presentadas.

Radio, televisión, prensa escrita, y el nuevo colega de los medios: Internet. Ha habido días de comer en platos de cartón comida de cartón. Qué fastidio, luego, pura carne. Mandarinas engulleron algunos otros. Langosta, cocodrilo. Y por qué no, borrando todo gesto de ternura, hasta canguro en diversas recetas de cocina.

Y los días que se acumulan en suspiros. Y ay, joven, qué descaro: cuánto amor.

* * *

Cerró por obvias razones el perenne sistema de transporte, por tren, en la ciudad. Es tal la cantidad de personas, que podría haber un accidente. Y entonces, dicen los policías, habrá que caminar.

Pero la mayoría sale del parque, de los parques, borrachos, perdidos, hasta sin ilusiones. Se envuelven en banderas; traen mejillas con rubor colores patrios. Se adhieren de Sydney hasta el último segundo. Andan, de veras, bien borrachas, hasta las mamás niños en mano. Y se dirigen a los pubs, después de observar que el puente, el Harbour Bridge, sí respondió. Cuando todos pensaron que algo había fallado, inicia, para terminar, el más lindo e intenso de los momentos esta noche: se ilumina por entero. Lanza luces hacia el frente, hacia arriba, por detrás. Y, de pronto, como si de un buen remate se tratara, enciende a toda velocidad los aros olímpicos, los cinco. Y anuncia, sin hacerlo, hasta pronto, nos vemos en Atenas 2004.

Muere la historia de estos Juegos; nacen los mitos de los medallistas. Se acaba el tiempo y hay que caminar, porque cerraron varias estaciones del tren. No hay taxis, y habrá que ir a dar los últimos teclazos.

(Linda, desde el color de las uñas, hasta el perfecto equilibrio del cabello, que hipnotiza: el mundo ¡sí se come!; me lo reveló tu cuerpo)

A despedirse con palmadas en la espalda. Que ya hay nuevos amigos: de Nueva Zelanda, Australia, México, Japón, Italia, Francia, Algeria, Usbekistán:

--...Un día, no sé cuando, viajaré a tu país –prometen y tiran su última cerveza; el whisky desde hace muchas horas se acabó...

--No lo dudes, te estaremos esperando.

A media noche es la ciudad un verdadero basurero.

Pronto, en unos días, Sydney paulatinamente regresará a la normalidad. Hoy, simple, está enferma de olimpismo.

No hay tiempo, no en este momento, para el llanto. Solo queda la nostalgia: es la hora de decir qué mes, qué locura. Ya vamos para allá.

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El recuento habla de estragos: tres condones en el suelo.
Decenas de gritos atrapados en las venas. Caricias múltiples que se esparcen por el oscuro azul del cielo. Anhelos extraviados. Cuerpos avasallados por la euforia. Medallas de oro, historias que han hecho vibrar el alma. Son los Juegos Olímpicos que, por fin, han concluido.

(Mi economía amenaza quiebra, pero mi corazón sigue a la alza)

¿Quién lo iba a decir? Huele a yerba, aquí, en Circular Quay, donde los cinco aros se extinguen, bajo el famoso, multipublicitado puente Harbour Bridge...